Galdomir
08-04-2016, 02:09 PM
El frío nunca fue la mayor de las preocupaciones de los enanos, estaban acostumbrados a vivir en temperaturas extremas tanto en la nieve de las montañas circundando sus fortalezas como en el fuego de las forjas en el corazón de sus ciudades. Sin embargo, aquel día, el emperador Gash Gu’rrent, gobernante de los enanos de Alsius, sentía una congoja que difícilmente podía explicar, ni siquiera a su hijo Garm. El príncipe ya era un ferviente guerrero y estratega, un excelente sucesor para este viejo enano quien ya no recuerda todo lo que debería. Ahora estaba dentro de un carruaje, reforzado con metal por supuesto. El rey se dirigía con un grupo de sus más fieles guerreros y también diplomáticos a la frontera sur, en el bosque de Vinland, donde se debe reunir como mediador entre los elfos de Syrtis y los elfos oscuros de Ignis ¡más de cincuenta enanos armados para asegurar un peligroso encuentro! Sin duda, la presencia del rey de Alsius, respetado por su sabiduría, podría poner un alto a las hostilidades que tanto amenazan a muchos inocentes que quedarían atrapados en el medio.
Los elfos han comenzado a guerrear entre ellos. Por un lado, los esbeltos y altos elfos del bosque de Syrtis, gráciles y letales cual felino cazando su presa, maestros de la arquería y la magia curativa. Por el otro, los elfos oscuros de Ignis. Brujos y nigromantes, su magia es la más peligrosa de este lado del mundo y puede ocasionar pesadillas al más valiente. No le gustaban en lo más mínimo.
El acorazado carruaje enano deja escapar el chirrido de los resortes que sostienen las ruedas para que el vehículo no se sacuda demasiado. –Ingeniería enana- dijo el rey con un suspiro, recordando todas las maravillas que su raza ha creado para hacerse un espacio en tan hostiles ambientes. Cierra sus ojos y deja que el ruido del carruaje lo conduzca hacia sueños lejanos, aferrándose siempre a los recuerdos de su gran mansión de piedra, con las llamas del hogar siempre ardiendo gracias a los minerales que prenden más que la madera y emanan menos humo. Pero ahora estaba lejos de la montaña, lejos del hogar y del calor. Desde que dejaron el puesto avanzado de Birka, no vieron otra cosa más que pinos. –Ese lugar será perfecto para construir una gran fortaleza- le había dicho su hijo hace unos días –de ese modo aprovecharemos los recursos y podemos defender a nuestros trabajadores de las incursiones de ignitas y syrtenses- su padre no fue tan optimista con la idea -¿para qué necesitamos fundar una ciudad sobre las ruinas de nuestros antepasados? Ellos ya quisieron expandirse hasta donde no debieron y pagaron el precio por ello- el príncipe no le dirigió palabra durante el resto del día. -Le faltan años para aprender a manejar ese orgullo- pensaba -Todo el día planeando tácticas de combate como si ya estuviésemos en guerra contra los elfos. Ellos libran una guerra y de alguna manera todos en Alsius quieren sacar provecho de ello, en especial los humanos-
Siempre pensó que el número de humanos apoyando a cada reino era alarmante. Los alsirios tenían a muchos ocupando puestos importantes en el ejército así como Syrtis cuenta con caballeros acorazados de pies a cabeza para defender a los frágiles elfos; también Ignis con su manejo irresponsable de la magia ha sabido infundir el terror en las filas enemigas con sus nigromantes quienes parecen haber crecido en poder de la noche a la mañana -¡Humanos!- se decía el rey -¡No tienen tiempo para nada y viven en una prisa sin fin! ¡Sus ambiciones serán su perdición, siempre lo dije!- Pero de nada servían las palabras al viento de un viejo enano, Alsius estaba lleno de mercenarios dispuestos a cualquier cosa con tal de llenarse los bolsillos con oro, oro que a Alsius le sobra a montones, el único problema es que no había tanto trabajo que ellos pudieran hacer, Alsius no tiene enemigos desde hace largo tiempo…
El carruaje se detiene bruscamente, los guardias gritan órdenes de defensa. Estaban bajo ataque. El rey podía escuchar el chocar de espadas, infló su pecho de coraje y preparó su antigua hacha enana, dispuesto a unirse a sus hermanos. Bajó del carruaje de un salto, para encontrarse con un espantoso paisaje. Tropas de Syrtis, con los estandartes esmeralda y blanco, les lanzaban flechas desde los pinos. Del otro lado, el bosque estaba ardiendo ¡brujos de Ignis! ¡Estaban en el medio de un combate! ¡Alrededor de cien de cada lado con sus ropas verdes y rojas! Y sus guardaespaldas caían uno a uno ante los dos bandos. No le tomó mucho tiempo al sabio rey notar que todos los enemigos eran humanos y además, para su horror, que no se estaban atacando entre ellos. Sus enemigos estaban vestidos muy modestamente, como si de bandidos se tratara; a pesar de todo, tomados por sorpresa y flanqueados, los enanos lograron contener a los enemigos quienes se retiraron por largo tiempo formando un muro de escudos en torno al rey, resistiendo el mayor tiempo posible mientras trataban de lograr una vía de escape entre tanta masacre. Armaduras de pesado acero, escudos rectangulares, lanzas y hachas de la mejor calidad, el viejo rey siempre fue el más grande admirador de la herrería -¡No tienen oportunidad!- alentó a sus tropas -¡avancen! ¡Por Thundermace!- recordando al viejo héroe enano que guió a su pueblo a través de los más oscuros momentos, escapando de serpientes de mar gigante, combatiendo contra innumerables aquantis, estableciendo un nuevo hogar y una nueva esperanza para los enanos; los guerreros pelearon con vigor renovado, hasta los diplomáticos en su orgullo tomaron cualquier arma que esté a su alcance y cargaron junto al rey.
La batalla duró más de dos horas, ya casi no quedaba nadie en pie, hasta los enemigos querían dejar de pelear pero sabían cuán grande sería la recompensa que les esperaba. Finalmente, superados ampliamente en número, los enanos cayeron, hasta el último quiso seguir peleando pero fue demasiado. Terminado el combate, los enemigos, lejos de matarse entre ellos, se dedicaron exclusivamente a atormentar a los enanos. Ni una pizca de piedad mostraron puesto que les fueron dadas instrucciones claras. El rey fue puesto de rodillas, mirando al cielo. Con una última mirada contempló las ramas de los pinos del bosque frío por el que el viento corre libre. Sabía que esos pinares se llenarían de sangre durante años, que Alsius pagará un precio alto y sus montañas estarán en peligro constante. Gash cierra sus ojos y ruega que su hijo tenga la sabiduría suficiente para saber gobernar en un tiempo tan difícil, un tiempo en que sólo los intereses de poder importan ante un mundo que pide a gritos un alto a la violencia. Pero Garm no era así, caería en la trampa al igual que todos en este mundo, siempre asesinándose entre sí por poder. -¡Lejos está ese día, si es que incluso existe!- Al fin pudo dar forma a la congoja que había sentido esa mañana. Gash abrió los ojos, contempló las nubes y sintió el frío viento del bosque en su cuello sin distinguirlo del frío acero del cuchillo enemigo.
Gash Gu’rrent, el sabio rey de Alsius, fue asesinado frente a los pocos soldados alsirios que quedaban, quienes le siguieron en la muerte. Los enemigos entonces pusieron marcha a la segunda parte. Trajeron prisioneros elfos y elfos oscuros, los diplomáticos con los que se iba a entrevistar el rey y sus protectores. Los asesinaron a sangre fría y les desparramaron por el campo de batalla. Los atacantes se despojaron de los colores. Su comandante dio la última orden: -Hora de correr la voz- y se marcharon en tres direcciones distintas.
La ciudad capital de los enanos se encuentra en un profundo silencio, hoy no cantan los martillos de las forjas, aunque mañana resonaran sin descanso para prepararse para la guerra. El príncipe no encuentra consuelo más que en la venganza. Garm Gu’rrent, coronado rey, maldijo una y otra vez a los elfos -¡Ratas traicioneras! ¡Sentirán el crujir de la montaña caer sobre ellos!- Aunque el ejército enano está disminuido y no se compara al de antaño, muchos nobles enanos hicieron llegar tropas de humanos mercenarios, gustosos de pelear por el honor de Alsius, por el precio adecuado.
Las tabernas de Alsius están a rebosar de clientes. Rumores se corren de aquí para allá, de riquezas, de batallas, placeres y demás. Pero hay sólo un rumor que si te escucharan diciéndolo, te estarías ganando un pase directo a compartir descanso con Jarmina la Loca.
A.E.
Los elfos han comenzado a guerrear entre ellos. Por un lado, los esbeltos y altos elfos del bosque de Syrtis, gráciles y letales cual felino cazando su presa, maestros de la arquería y la magia curativa. Por el otro, los elfos oscuros de Ignis. Brujos y nigromantes, su magia es la más peligrosa de este lado del mundo y puede ocasionar pesadillas al más valiente. No le gustaban en lo más mínimo.
El acorazado carruaje enano deja escapar el chirrido de los resortes que sostienen las ruedas para que el vehículo no se sacuda demasiado. –Ingeniería enana- dijo el rey con un suspiro, recordando todas las maravillas que su raza ha creado para hacerse un espacio en tan hostiles ambientes. Cierra sus ojos y deja que el ruido del carruaje lo conduzca hacia sueños lejanos, aferrándose siempre a los recuerdos de su gran mansión de piedra, con las llamas del hogar siempre ardiendo gracias a los minerales que prenden más que la madera y emanan menos humo. Pero ahora estaba lejos de la montaña, lejos del hogar y del calor. Desde que dejaron el puesto avanzado de Birka, no vieron otra cosa más que pinos. –Ese lugar será perfecto para construir una gran fortaleza- le había dicho su hijo hace unos días –de ese modo aprovecharemos los recursos y podemos defender a nuestros trabajadores de las incursiones de ignitas y syrtenses- su padre no fue tan optimista con la idea -¿para qué necesitamos fundar una ciudad sobre las ruinas de nuestros antepasados? Ellos ya quisieron expandirse hasta donde no debieron y pagaron el precio por ello- el príncipe no le dirigió palabra durante el resto del día. -Le faltan años para aprender a manejar ese orgullo- pensaba -Todo el día planeando tácticas de combate como si ya estuviésemos en guerra contra los elfos. Ellos libran una guerra y de alguna manera todos en Alsius quieren sacar provecho de ello, en especial los humanos-
Siempre pensó que el número de humanos apoyando a cada reino era alarmante. Los alsirios tenían a muchos ocupando puestos importantes en el ejército así como Syrtis cuenta con caballeros acorazados de pies a cabeza para defender a los frágiles elfos; también Ignis con su manejo irresponsable de la magia ha sabido infundir el terror en las filas enemigas con sus nigromantes quienes parecen haber crecido en poder de la noche a la mañana -¡Humanos!- se decía el rey -¡No tienen tiempo para nada y viven en una prisa sin fin! ¡Sus ambiciones serán su perdición, siempre lo dije!- Pero de nada servían las palabras al viento de un viejo enano, Alsius estaba lleno de mercenarios dispuestos a cualquier cosa con tal de llenarse los bolsillos con oro, oro que a Alsius le sobra a montones, el único problema es que no había tanto trabajo que ellos pudieran hacer, Alsius no tiene enemigos desde hace largo tiempo…
El carruaje se detiene bruscamente, los guardias gritan órdenes de defensa. Estaban bajo ataque. El rey podía escuchar el chocar de espadas, infló su pecho de coraje y preparó su antigua hacha enana, dispuesto a unirse a sus hermanos. Bajó del carruaje de un salto, para encontrarse con un espantoso paisaje. Tropas de Syrtis, con los estandartes esmeralda y blanco, les lanzaban flechas desde los pinos. Del otro lado, el bosque estaba ardiendo ¡brujos de Ignis! ¡Estaban en el medio de un combate! ¡Alrededor de cien de cada lado con sus ropas verdes y rojas! Y sus guardaespaldas caían uno a uno ante los dos bandos. No le tomó mucho tiempo al sabio rey notar que todos los enemigos eran humanos y además, para su horror, que no se estaban atacando entre ellos. Sus enemigos estaban vestidos muy modestamente, como si de bandidos se tratara; a pesar de todo, tomados por sorpresa y flanqueados, los enanos lograron contener a los enemigos quienes se retiraron por largo tiempo formando un muro de escudos en torno al rey, resistiendo el mayor tiempo posible mientras trataban de lograr una vía de escape entre tanta masacre. Armaduras de pesado acero, escudos rectangulares, lanzas y hachas de la mejor calidad, el viejo rey siempre fue el más grande admirador de la herrería -¡No tienen oportunidad!- alentó a sus tropas -¡avancen! ¡Por Thundermace!- recordando al viejo héroe enano que guió a su pueblo a través de los más oscuros momentos, escapando de serpientes de mar gigante, combatiendo contra innumerables aquantis, estableciendo un nuevo hogar y una nueva esperanza para los enanos; los guerreros pelearon con vigor renovado, hasta los diplomáticos en su orgullo tomaron cualquier arma que esté a su alcance y cargaron junto al rey.
La batalla duró más de dos horas, ya casi no quedaba nadie en pie, hasta los enemigos querían dejar de pelear pero sabían cuán grande sería la recompensa que les esperaba. Finalmente, superados ampliamente en número, los enanos cayeron, hasta el último quiso seguir peleando pero fue demasiado. Terminado el combate, los enemigos, lejos de matarse entre ellos, se dedicaron exclusivamente a atormentar a los enanos. Ni una pizca de piedad mostraron puesto que les fueron dadas instrucciones claras. El rey fue puesto de rodillas, mirando al cielo. Con una última mirada contempló las ramas de los pinos del bosque frío por el que el viento corre libre. Sabía que esos pinares se llenarían de sangre durante años, que Alsius pagará un precio alto y sus montañas estarán en peligro constante. Gash cierra sus ojos y ruega que su hijo tenga la sabiduría suficiente para saber gobernar en un tiempo tan difícil, un tiempo en que sólo los intereses de poder importan ante un mundo que pide a gritos un alto a la violencia. Pero Garm no era así, caería en la trampa al igual que todos en este mundo, siempre asesinándose entre sí por poder. -¡Lejos está ese día, si es que incluso existe!- Al fin pudo dar forma a la congoja que había sentido esa mañana. Gash abrió los ojos, contempló las nubes y sintió el frío viento del bosque en su cuello sin distinguirlo del frío acero del cuchillo enemigo.
Gash Gu’rrent, el sabio rey de Alsius, fue asesinado frente a los pocos soldados alsirios que quedaban, quienes le siguieron en la muerte. Los enemigos entonces pusieron marcha a la segunda parte. Trajeron prisioneros elfos y elfos oscuros, los diplomáticos con los que se iba a entrevistar el rey y sus protectores. Los asesinaron a sangre fría y les desparramaron por el campo de batalla. Los atacantes se despojaron de los colores. Su comandante dio la última orden: -Hora de correr la voz- y se marcharon en tres direcciones distintas.
La ciudad capital de los enanos se encuentra en un profundo silencio, hoy no cantan los martillos de las forjas, aunque mañana resonaran sin descanso para prepararse para la guerra. El príncipe no encuentra consuelo más que en la venganza. Garm Gu’rrent, coronado rey, maldijo una y otra vez a los elfos -¡Ratas traicioneras! ¡Sentirán el crujir de la montaña caer sobre ellos!- Aunque el ejército enano está disminuido y no se compara al de antaño, muchos nobles enanos hicieron llegar tropas de humanos mercenarios, gustosos de pelear por el honor de Alsius, por el precio adecuado.
Las tabernas de Alsius están a rebosar de clientes. Rumores se corren de aquí para allá, de riquezas, de batallas, placeres y demás. Pero hay sólo un rumor que si te escucharan diciéndolo, te estarías ganando un pase directo a compartir descanso con Jarmina la Loca.
A.E.