climene
01-25-2010, 05:11 AM
The Night of the Living Dead(3)
La rojiza luz del cansado sol se colaba por la ventana, iluminando tenuemente las confusas anotaciones sobre un rasgado pergamino. Libros quemados, muebles destrozados, rastros de sangre en las paredes, y un cuerpo acurrucado en un rincón, tembloroso, absorbiendo aún la verdad de lo ocurrido.
El camino del conjurador era un camino de bondad, de sacrificio hacia los demás. El conjurador se mantenía tras sus compañeros y amigos, dándoles la ayuda necesaria para resistir los ataques, y la mano sanadora para encargarse de sus heridas.
Pero ese jamás había sido su camino. Desde que le enseñaran los hechizos para convocar su primera invocación para entrenar su habilidad mágica, la fascinación por aquellas criaturas ocupó toda su mente. Durante años, en el tiempo que quedaba tras su entrenamiento diario, investigó todo lo referente al misterioso mundo místico del que, en teoría, venían aquellas cosas. ¿Qué clase de mundo era habitado por esqueletos, muertos vivientes y grandes demonios alados? ¿Por qué no era posible atarlos con más fuerza, para que permanecieran en este bajo el mando del mago que los convocara?
Un día encontró un libro, escondido entre antiguas ruinas ígneas. No escondido, sellado. Un libro para convocar el espíritu de los caídos en batalla para tomar venganza.
Las benévolas diosas lo habían bendecido, entregándole lo que había buscado por tanto tiempo. Unió el conocimiento acumulado por años de aquel mundo extraño, a los oscuros hechizos del libro… y todo se fue al infierno.
Aquel que en su último aliento mostrara su orgullo por el progreso de su hijo fue el primero en mostrarle su error. Luego aparecieron los otros, un primer avance del terror que se aproximaba a las antiguas tierras de los tres reinos.
Podía sentir aquella peste recorriendo su cuerpo, pudriendo su carne desde las sangrantes heridas. Desesperado, tomó la antigua daga ceremonial de su madre, y se atravesó la garganta.
Los gritos comenzaban a llenar las calles de Medenet, mientras las tambaleantes figuras se abalanzaban contra los desprevenidos ciudadanos. En el rincón de un desordenado y ensangrentado cuarto, una delgada figura, con una daga en su garganta, se levanta para unirse a la fiesta.
X - x - x - x
- Condenada vida del arquero – maldijo el elfo, reacomodando su armadura mientras salía de entre los arbustos. La vida en la Zona de Guerra era excitante y llena de increíbles aventuras… cuando se era un simple aprendiz matando lobos y orcos a salvo dentro de las murallas. El sudor tras una batalla, la sangre pegada entre el tallado de las armaduras y el satisfacer las mas naturales necesidades entre espinosos arbustos, eran la desagradable cotidianidad de los luchadores de Syrtis.
Luchando contra los arbustos, Albus comprendió que la guerra había perdido todo el romanticismo de las historias que los veteranos contaban en la taberna de Raeraia. Mientras buscaba sus guantes, decidió que era ya hora de darse un largo descanso en su tranquilo Dohsim, y aventurarse a conquistar a aquella elfa de pies ligeros que siempre se le había escapado.
Concentrado en la imagen de la joven corriendo delante de él en sus correrías de adolescente, no vio la figura que salió detrás de los árboles hasta que la tuvo encima, mordiendo su brazo y su mano descubierta.
- ¡Pero qué demon…! ¡A las armas, enemigos en el bosque! – gritó mientras tomaba la pequeña daga envainada en su cintura, enterrándola repetidas veces en el cuerpo de su atacante, en un intento de sacárselo de encima.
Corriendo hacia el grupo que lo esperaba cerca del campamento orco, se maldijo por acudir a liberarse completamente desarmado, dejando su preciado arco en manos de Surakis, aquel conjurador novato (2) que le habían metido a la fuerza para enseñarle el territorio hostil. Tan solo esperaba que fuese tan bueno como su maestro aseguraba, ya que la mordida en su mano no tenía buen aspecto.
Un súbito estremecimiento lo hizo tambalear, cayendo a los pies de sus compañeros, quienes se enfrentaron a una decena de extraños enemigos bajo la tímida luz de la luna creciente.
Eran lo suficientemente rápidos para haber obligado a Albus a usar su habilidad para correr hacia sus aliados, pero sus movimientos eran torpes y poco precisos. No cargaban armas, sólo estiraban sus brazos hacia ellos, mientras gimoteaban guturalmente.
El pelirrojo bárbaro se arrojo hacia el grupo, cercenando con su espada un par de brazos y una pierna. Zial convirtió a un par más en alfileteros, y Wolfus invoca aquel terror que siempre deja a sus enemigos en tierra…
Excepto hoy. Aquellas cosas, con brazos menos, con flechas en sus cuerpos, ignoran el hechizo y continúan caminando hacia ellos.
- ¡La put* madre! – es lo único que sale de la boca del guerrero, mientras ve la carne putrefacta colgar de los huesos de sus mutilados enemigos.
- ¡Tú, jodido pete, mueve tu cobarde trasero y haz tu trabajo! – grita desde el suelo Albus hacia un joven mago que, aferrado a su báculo, mira a su alrededor con absoluto terror.
Wolfus ayuda al tirador a levantarse y lo lleva junto al conjurador, al que obligan a reaccionar para que atienda la herida de su mano. Zial intenta detener el avance de las criaturas, mientras Luca embiste con su espada en alto.
Un súbito bramido los sorprende, y a sus espaldas aparece un guerrero de negros cabellos, que deja caer su martillo sobre el cráneo de la más pequeña de las figuras, destrozándolo. Con un movimiento del cuerpo alza nuevamente el arma y arranca otra cabeza de un golpe.
Un par de minutos después, y varias cabezas arrancadas y agujereadas, los syrtenses se reúnen alrededor de Albus y el conjurador.
- ¡Qué demonios fue todo eso! – exclama la tiradora, dejando ver por primera vez su temor en el temblor de su voz.
- No qué, quienes – responde Lobo, mientras apunta al primer cuerpo caído esa noche – ese enano de ahí es Athor, lleva muerto más de una semana. Yo mismo arranqué su corazón en la batalla de Trelleborg.
El pelirrojo se acerca a los cuerpos, moviéndolos cuidadosamente con los pies.
- ¡La put* que lo par**!, esta es la cazadora de la que todos hablan, la que llaman Rallito de Sol… murió en Algaros hace sólo dos noches, a manos de Ferraje – exclamó mientras identificaba la magullada cabeza que había cortado hacía sólo unos minutos.
- Esperen un minuto, ¿se dan cuenta de que están hablando?, ¡esa gente está muerta, no pueden estar vagando por la tierra persiguiendo syrtenses, los muertos no caminan! – el brujo gritó con frustración, incrédulo ante lo que veía.
- De hecho… – la tímida voz del conjurador los sorprendió. Cuatro pares de ojos se fijaron inmediatamente en él. Sacando valor de donde no lo tenía, continuó - …bueno… una de nuestras invocaciones, las criaturas que traemos de otro plano para ayudarnos… es un zombie… un muerto viviente.
Cuatro voces al unísono estallaron en carcajadas. Sí, claro, zombies de otros planos de existencia, muertos vivientes. El pobre mago, avergonzado por la risa de sus acompañantes, se encogió aferrando su báculo.
La risa se detuvo de improviso, cuando vieron la sombra erguirse tras el joven elfo. Antes de que alguno pudiera reaccionar, la alta figura del herido tirador se abalanzó sobre el crío, mordiendo y desgarrando su cuello, ante la atónita mirada de quienes le rodeaban…
¿Continuará?
------------------------
(1) Si, si, el nombre es un completo plagio, demandeme (?)
(2) Lo siento, Surakin suena tan tierno que no puedo imaginármelo más que como un crío recién salido a ZG :P.
*Relato nacido de una noche bizarra de ocio... no pregunten cómo nació la idea... aún no se si la continuaré, depende de si gusta la idea...
La rojiza luz del cansado sol se colaba por la ventana, iluminando tenuemente las confusas anotaciones sobre un rasgado pergamino. Libros quemados, muebles destrozados, rastros de sangre en las paredes, y un cuerpo acurrucado en un rincón, tembloroso, absorbiendo aún la verdad de lo ocurrido.
El camino del conjurador era un camino de bondad, de sacrificio hacia los demás. El conjurador se mantenía tras sus compañeros y amigos, dándoles la ayuda necesaria para resistir los ataques, y la mano sanadora para encargarse de sus heridas.
Pero ese jamás había sido su camino. Desde que le enseñaran los hechizos para convocar su primera invocación para entrenar su habilidad mágica, la fascinación por aquellas criaturas ocupó toda su mente. Durante años, en el tiempo que quedaba tras su entrenamiento diario, investigó todo lo referente al misterioso mundo místico del que, en teoría, venían aquellas cosas. ¿Qué clase de mundo era habitado por esqueletos, muertos vivientes y grandes demonios alados? ¿Por qué no era posible atarlos con más fuerza, para que permanecieran en este bajo el mando del mago que los convocara?
Un día encontró un libro, escondido entre antiguas ruinas ígneas. No escondido, sellado. Un libro para convocar el espíritu de los caídos en batalla para tomar venganza.
Las benévolas diosas lo habían bendecido, entregándole lo que había buscado por tanto tiempo. Unió el conocimiento acumulado por años de aquel mundo extraño, a los oscuros hechizos del libro… y todo se fue al infierno.
Aquel que en su último aliento mostrara su orgullo por el progreso de su hijo fue el primero en mostrarle su error. Luego aparecieron los otros, un primer avance del terror que se aproximaba a las antiguas tierras de los tres reinos.
Podía sentir aquella peste recorriendo su cuerpo, pudriendo su carne desde las sangrantes heridas. Desesperado, tomó la antigua daga ceremonial de su madre, y se atravesó la garganta.
Los gritos comenzaban a llenar las calles de Medenet, mientras las tambaleantes figuras se abalanzaban contra los desprevenidos ciudadanos. En el rincón de un desordenado y ensangrentado cuarto, una delgada figura, con una daga en su garganta, se levanta para unirse a la fiesta.
X - x - x - x
- Condenada vida del arquero – maldijo el elfo, reacomodando su armadura mientras salía de entre los arbustos. La vida en la Zona de Guerra era excitante y llena de increíbles aventuras… cuando se era un simple aprendiz matando lobos y orcos a salvo dentro de las murallas. El sudor tras una batalla, la sangre pegada entre el tallado de las armaduras y el satisfacer las mas naturales necesidades entre espinosos arbustos, eran la desagradable cotidianidad de los luchadores de Syrtis.
Luchando contra los arbustos, Albus comprendió que la guerra había perdido todo el romanticismo de las historias que los veteranos contaban en la taberna de Raeraia. Mientras buscaba sus guantes, decidió que era ya hora de darse un largo descanso en su tranquilo Dohsim, y aventurarse a conquistar a aquella elfa de pies ligeros que siempre se le había escapado.
Concentrado en la imagen de la joven corriendo delante de él en sus correrías de adolescente, no vio la figura que salió detrás de los árboles hasta que la tuvo encima, mordiendo su brazo y su mano descubierta.
- ¡Pero qué demon…! ¡A las armas, enemigos en el bosque! – gritó mientras tomaba la pequeña daga envainada en su cintura, enterrándola repetidas veces en el cuerpo de su atacante, en un intento de sacárselo de encima.
Corriendo hacia el grupo que lo esperaba cerca del campamento orco, se maldijo por acudir a liberarse completamente desarmado, dejando su preciado arco en manos de Surakis, aquel conjurador novato (2) que le habían metido a la fuerza para enseñarle el territorio hostil. Tan solo esperaba que fuese tan bueno como su maestro aseguraba, ya que la mordida en su mano no tenía buen aspecto.
Un súbito estremecimiento lo hizo tambalear, cayendo a los pies de sus compañeros, quienes se enfrentaron a una decena de extraños enemigos bajo la tímida luz de la luna creciente.
Eran lo suficientemente rápidos para haber obligado a Albus a usar su habilidad para correr hacia sus aliados, pero sus movimientos eran torpes y poco precisos. No cargaban armas, sólo estiraban sus brazos hacia ellos, mientras gimoteaban guturalmente.
El pelirrojo bárbaro se arrojo hacia el grupo, cercenando con su espada un par de brazos y una pierna. Zial convirtió a un par más en alfileteros, y Wolfus invoca aquel terror que siempre deja a sus enemigos en tierra…
Excepto hoy. Aquellas cosas, con brazos menos, con flechas en sus cuerpos, ignoran el hechizo y continúan caminando hacia ellos.
- ¡La put* madre! – es lo único que sale de la boca del guerrero, mientras ve la carne putrefacta colgar de los huesos de sus mutilados enemigos.
- ¡Tú, jodido pete, mueve tu cobarde trasero y haz tu trabajo! – grita desde el suelo Albus hacia un joven mago que, aferrado a su báculo, mira a su alrededor con absoluto terror.
Wolfus ayuda al tirador a levantarse y lo lleva junto al conjurador, al que obligan a reaccionar para que atienda la herida de su mano. Zial intenta detener el avance de las criaturas, mientras Luca embiste con su espada en alto.
Un súbito bramido los sorprende, y a sus espaldas aparece un guerrero de negros cabellos, que deja caer su martillo sobre el cráneo de la más pequeña de las figuras, destrozándolo. Con un movimiento del cuerpo alza nuevamente el arma y arranca otra cabeza de un golpe.
Un par de minutos después, y varias cabezas arrancadas y agujereadas, los syrtenses se reúnen alrededor de Albus y el conjurador.
- ¡Qué demonios fue todo eso! – exclama la tiradora, dejando ver por primera vez su temor en el temblor de su voz.
- No qué, quienes – responde Lobo, mientras apunta al primer cuerpo caído esa noche – ese enano de ahí es Athor, lleva muerto más de una semana. Yo mismo arranqué su corazón en la batalla de Trelleborg.
El pelirrojo se acerca a los cuerpos, moviéndolos cuidadosamente con los pies.
- ¡La put* que lo par**!, esta es la cazadora de la que todos hablan, la que llaman Rallito de Sol… murió en Algaros hace sólo dos noches, a manos de Ferraje – exclamó mientras identificaba la magullada cabeza que había cortado hacía sólo unos minutos.
- Esperen un minuto, ¿se dan cuenta de que están hablando?, ¡esa gente está muerta, no pueden estar vagando por la tierra persiguiendo syrtenses, los muertos no caminan! – el brujo gritó con frustración, incrédulo ante lo que veía.
- De hecho… – la tímida voz del conjurador los sorprendió. Cuatro pares de ojos se fijaron inmediatamente en él. Sacando valor de donde no lo tenía, continuó - …bueno… una de nuestras invocaciones, las criaturas que traemos de otro plano para ayudarnos… es un zombie… un muerto viviente.
Cuatro voces al unísono estallaron en carcajadas. Sí, claro, zombies de otros planos de existencia, muertos vivientes. El pobre mago, avergonzado por la risa de sus acompañantes, se encogió aferrando su báculo.
La risa se detuvo de improviso, cuando vieron la sombra erguirse tras el joven elfo. Antes de que alguno pudiera reaccionar, la alta figura del herido tirador se abalanzó sobre el crío, mordiendo y desgarrando su cuello, ante la atónita mirada de quienes le rodeaban…
¿Continuará?
------------------------
(1) Si, si, el nombre es un completo plagio, demandeme (?)
(2) Lo siento, Surakin suena tan tierno que no puedo imaginármelo más que como un crío recién salido a ZG :P.
*Relato nacido de una noche bizarra de ocio... no pregunten cómo nació la idea... aún no se si la continuaré, depende de si gusta la idea...