Más que amigos
Pasaron dos semanas desde que Helena se había incorporado a la escuela. En estos días pude observar que era muy inteligente y nada se le escapaba. Si necesitaba algo, fácilmente seducía a los demás para lograrlo. No solo descubrí eso, sino también que cada vez que la veía, era feliz. Poco a poco, una idea se me metía en la cabeza y yo intentaba negarla. Un día mi amigo Adrián se sentó en el lugar de Helena antes de que comience la clase.
-Decime algo, ¿qué onda con ella?- dijo mientras señalaba a Helena, quien conversaba con sus amigas, con la cara en un intento de pasar desapercibido.
-Nada, solo somos amigos.- dije encogiéndome de hombros.- ¿Tiene que pasar algo?- pregunté.
-No, solo que siempre, pero siempre andan juntos.- dijo acusando y haciendo énfasis en la palabra “siempre”.
-Yo la acompaño hasta su casa y después sigo a la mía, me queda de paso.- me defendí.
-Yo no soy tonto, te brillan los ojos cuando la vez.- dijo cruzándose de brazos.
-No importa, de todas formas no pienso tener nada aún.- respondí.
-Aún…- repitió.
El timbre sonó, en mi interior me alivié. Nunca me había gustado tanto que el timbre sonara. Helena se sentó a mi lado, me sonrió y luego sacó sus cosas. La anciana de literatura ingresó al aula y sin saludar siquiera, pidió la tarea.
-¡No! Me olvidé la tarea.- me quejé en voz baja.
-Dame tu libro.- dijo Helena preocupada.
Se lo di confundido. Abrió la página con los ejercicios y los hizo muy rápido, copiando mi letra.
-¿Pero como…?- pregunté sorprendido.
-Nada, fue un gusto.- dijo ignorando mi pregunta.
-Eh, gracias.- dije después.- Eso es ser inteligente.- agregué.
Se ruborizó pero no dijo nada. La profesora pasó por los bancos con su planilla. Cuando pasó por el nuestro nos felicitó a ambos por trabajar tan bien.
-Tengo que darte mis felicitaciones, me salvaste y en más de una ocasión.- le dije una vez que la profesora se alejó para ir a la otra fila de bancos.
-De nada, podes contar conmigo.- dijo sonriente.
El corazón me saltó de felicidad. Ver su sonrisa me puso feliz, las suposiciones de Adrián después de todo eran ciertas.
-¿Qué pasa?- dijo interrumpiendo mis pensamientos.
-Nada.- dije. Pensé rápido y serio mis palabras. Estaba muerto de miedo.- Helena…- comencé.
-No es necesario tan formal, podes decirme Hele.- dijo ella.
-Hele…- repetí, ahora ruborizado y asustado por su respuesta.- Me gustas.-
Ella se quedó helada, mirando fijo a la nada y pensativa. No le insistí, no nos hablamos durante todo el resto de la tarde. Yo, por miedo a arruinar algo. Ella, la verdad es que no sé. A la hora de irnos, me tocó el brazo.
-¿Podemos hablar?- preguntó con los ojos fijos en los míos.
Asentí con la cabeza, su toque me había puesto nervioso. Una alegría me recorrió acompañada de un gran miedo.
Caminamos hasta su casa. En la puerta ella me miro, y se me acercó hasta que nuestros labios casi se tocaban. Me siguió mirando fijo con sus ojos violetas. Luego apoyó sus labios con los míos. No me controlé y le devolví un beso apasionado. Ella nos separó unos centímetros, nuestras narices se chocaban, y me sonrió.
-Creí que eso era mejor que mil palabras.- dijo riendo bajito.
-Mucha razón.- le dije sonriéndole.
-¿Podemos caminar juntos de la mano y esas cosas?- preguntó y sus ojos le brillaron.
-Sí, obviamente.- le dije.
-¿No te importa lo que digan los demás?- preguntó y luego me dio otro beso en los labios.
-Ni un poco.- dije.- ¿Algún día podré ver tu casa?- pregunté curioso.
-No lo sé, primero quiero ver la tuya.- dijo.
La alarma del reloj sonó, eran casi las siete.
-Maldito toque de queda, no quiero despegarme de tu lado.- confesé.
-Mejor nos vemos mañana. Te voy a extrañar.- dijo sacándome una sonrisa.
Nos dimos otro beso y me fui, mas feliz que nunca, a mí casa. Allí, hice mi tarea muy rápido para luego irme a dormir. Sufrí demasiadas emociones por un día.
Continuara