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07-08-2011, 08:21 AM | #1 |
Baron
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Relato: Una vuelta por Ignis
¡Hola a todos! Hace poco me tenté de crear una historia, y no pude sacar la idea de mi cabeza. Es mi primer relato, y me gustaría saber qué les parece. 500 años atrás, poco después del exilio de los elfos oscuros, un joven elfo es enviado a las arenas del desierto ignita para cumplir una peligrosa misión ideada por los conmocionados nobles de Syrtis. La cosa quedó un poco larguita, así que la dividí en partes. Sin más, les cuento el cuento...
I En medio de un mar de arena se encontraba una roca que ofrecía la única sombra visible hasta donde alcanzaba la vista. Un joven elfo, sudando y jadeando, se recostaba contra ella intentando recuperar el aliento. No pudo permitirse más que unos minutos de descanso, así que se levantó lentamente y, con un suspiro, continuó su marcha. Era su primera misión allí, y estaba lejos de acostumbrarse al calor del desierto. El abatido explorador recorría con lentitud pero determinación otra media hora, antes de llegar a un pequeño valle rocoso que prometía ofrecer algún resguardo contra el despiadado sol. Se internó con tranquilos pasos, vigilante, pero no vió nada fuera de lo común. Ya estaba quitándose el casco para disfrutar de la escasa pero valiosa sombra, cuando le sobresaltó el gemido de una hiena, reflejado en las sólidas rocas. Se quedó paralizado, agudizando su oído, pero no oyó más. Con sigilo siguió la dirección de lo que había roto el denso silencio de esa árida región. Un elfo oscuro con una brillante espada a la espalda estaba retirando la piel del animal para ganar unas monedas en la ciudad. El arquero lo evaluó, estaba seguro de que un tiro certero bastaría para acabar con él, pero recordó que no debía llamar la atención por ningún motivo. Concluyó que no podría pasar cerca de él sin que se diera cuenta, y tampoco quería dar un largo rodeo para salir del valle y someterse al sol. Entonces cargó un tiro de distracción, y se tomó su tiempo para apuntar a una roca precaria sobre una columna a un lado del valle. La flecha voló sin quebrar el denso silencio y la roca se partió en el instante, con un fuerte ruido que repicó en las paredes de piedra. El bárbaro se levantó de un salto, empuñó su espada y corrió con furia esperando decapitar algún enemigo descuidado, sin escuchar al elfo que se deslizó sigilosamente tras él. El tirador solo dejó de correr cuando las provocaciones del elfo oscuro a un inexistente enemigo escondido dejaron de oírse. Resignado a continuar, salió del valle y se encaminó a las enormes dunas que se imponían adelante. Escalando con el poco aliento que le quedaba sintió que sus piernas aguantarían poco más, y la ventisca cargada de arena que lentamente crecía no lo animaba en absoluto. Pero cuando hubo llegado a la cima lo revitalizó la visión de dos figuras que reconoció enseguida. - ¡Galwin! –exclamó alegremente uno de los personajes, encerrado en una pasada armadura de caballero, mientras corría a su encuentro. – Me alegro de verte, Akabir… -respondió el elfo con el escaso aliento que le quedaba. - Ya nos empezábamos a preocupar –añadió el otro sujeto, un Alturian de pelo y barba grises vestido en una túnica roja. - Hola, Thaed. Creía que no te habían permitido acompañarnos. ¿Qué pasó? - El general cambió de opinión, aunque me costó mucho convencerlo. –suspiró el mago. - ¿Por qué? - Ya te lo explicaremos todo, pero antes busquemos refugio. –los interrumpió Akabir- No nos convendrá estar aquí en medio de una tormenta de arena, ya bastante hay en mi armadura… II Guiaron al exhausto Galwin hasta otro valle, en el cual un templo destrozado ofrecía resguardo. - ¿Balred no llegó aún? –preguntó el tirador mientras entraban. - Claro que sí. Fue el primero en llegar. No sé cómo se las arreglan los cazadores para moverse así –dijo el caballero con admiración-. Fue a borrar nuestras huellas, aunque con este viento no creo que siga siendo necesario. Thaed estaba intentando conjurar agua en unas jarras que sacó debajo de su túnica, mientras Akabir se deshacía de su armadura y dejaba caer ríos de arena de ella. Era un Alturian de unos veinticinco años, con un físico que reflejaba el esmerado entrenamiento con que aguardó su primera misión. Amigo cercano de Galwin e hijo de nobles, no tuvo que pedirlo dos veces para poder ir con él. - ¿Qué me estabas diciendo, Thaed? –preguntó el elfo. El mago perdió su concentración un instante y el agua que levitaba casi se desploma sobre el suelo. Solo cuando todos los recipientes estuvieron llenos, prosiguió: - Los nobles están paranoicos desde la traición de nuestros hermanos. Desconfían de todos los magos, especialmente de los brujos, como si todos fuéramos a traicionarlos en cualquier momento. Incluso tenían sus reservas sobre mí, consejero de confianza, y querían mantenerme alejado de cualquier misión que implicara acercarse a los que ahora se hacen llamar “Ignitas”. En ese momento entró al salón un alto semielfo que empuñaba un largo arco de madera élfica hábilmente tallada. Tenía el aspecto de un veterano, que inspiraba confianza en los que estuvieran cerca. Detrás de él seguía sus pasos una hiena de aspecto feroz. - Aquí están, los estaba buscando. Me alegro de que hallas llegado, Galwin. –dijo con tranquilidad. - Hola, Balred, cuánto tiempo sin vernos. - Hace días que no se te veía por Fisgael –comentó Thaed. - Los nobles me están mandando a Ignis a toda hora. No quieren mandar a los cazadores más novatos por temor a que sean espías o traidores. –lamentó el cazador. Akabir sacó de su mochila algo de comida mientras el mago repartía las jarras con agua. - Están locos. –dijo el caballero- Mi padre me dijo que pensaban registrar todas las casas de la ciudad para buscar libros de magia oscura… y exiliar a los que los poseyeran. - ¿Es que no entienden que hay una diferencia entre estudiar la magia oscura y aplicarla? –dijo el mago con furia contenida. - A mí ni me lo digas, pero ellos no quieren saber nada de la nigromancia. No estaban preparados para que su paraíso se arruinara de un día a otro, y ahora no saben qué hacer… - ¿Y los alsirios no intervienen aún? –intervino Galwin tras un breve silencio. - Siguen manteniéndose neutrales. Aún no han terminado de establecerse en el norte. No tienen aún una fuerza considerable como para involucrarse en una guerra abierta, pero tarde o temprano tendrán que declarar sus lealtades. –afirmó Thaed. Continuaron comiendo y hablando hasta que finalmente Balred informó para pesar de todos: - Ya es hora. Tenemos que continuar. Se levantaron perezosamente y volvieron a colocarse sus armaduras para volver a las arenas. III El viento seguía cargado de arena fina, pero afortunadamente había amainado. El sol se aproximaba al horizonte, y el grupo no quería verse en el desierto en una noche de oscuridad impenetrable. - A mí no me han dicho exactamente qué es lo que vamos a hacer. –dijo Galwin. - Ni a mí –murmuró el caballero. - Parece que el único informado acá es Balred –concluyó Thaed. El cazador, que iba a la cabeza, se detuvo. Mantuvo silencio unos segundos y dijo: - Me han prohibido decir a nadie los detalles. Saben que tengo plena confianza en ustedes, pero ante los ojos de los nobles cada uno de ustedes es un potencial ignita disfrazado. Lo más que les puedo decir es que iremos a la ciudad ignita más cercana a la frontera, Medet. Los tres compañeros se quedaron atónitos ante él. El mago lo miraba como si el cazador hubiera enloquecido y pensara con qué hechizo curarlo. - Bueno, sabíamos que no sería un paseo por el parque. –suspiró Thaed resignado- El general no suele mandar grupos tan grandes para explorar. - No esperarás que entremos, ¿verdad? –añadió Galwin. - Lo que haremos es esto. Ustedes me cubrirán mientras yo… Pero mientras llegaban a la cima de una altísima duna, algo hizo a Balred enmudecer. Sus compañeros lo alcanzaron para ver qué sucedía. Una muralla de negra piedra se extendía hasta donde alcanzaba la vista. - Esto es imposible, ¡hace una semana estuve aquí y ese muro no existía! –exclamó el cazador con una mezcla de asombro y furia. - Increíble. Debe extenderse por kilómetros -se asombró Thaed. Se oyó un estruendo lejano que no logró deshacer el aturdimiento del grupo. Pero Balred repentinamente rompió con el aturdimiento exclamando: ¡Vienen ignitas! El grupo se sobresaltó: se oyó una espada desenfundarse, un báculo brotar en llamas, y un arco tensarse. Pero el cazador fue más rápido que sus compañeros, y conjuró un velo invisible sobre todos ellos. Antes de que pudieran reaccionar, un grupo de guerreros sedientos de sangre e intimidantes nigromantes pasó a la carrera junto a ellos. Aturdidos, Galwin y Akabir se miraron a sí mismos para ver que su cuerpo había adoptado el color casi exacto del fondo, cuan camaleones. - Bien hecho –murmuró Thaed con una invisible sonrisa. - Que suerte que hay una tormenta de arena, dudo que los hubiéramos engañado si no fuera por ella. – continuó el semielfo con tranquilidad, deshaciendo el mágico entorno acechador. - Increíble –dijeron Galwin y Akabir a la vez con contenido entusiasmo. IV Tomaron un minuto para recuperarse de la impresión, mientras Balred se acercaba a la muralla y la examinaba. La noche estaba a punto de caer. - ¿Cómo habrán podido hacer esto en menos de una semana? - Levantaron una armada de zombis trabajadores, tal vez –sugirió el tirador. - Deberíamos tener una de esas, pues. –dijo Akabir. - Ten cuidado de que no te oigan decir eso dentro de nuestras murallas, o estarás dentro de estas en cosa de nada. –le advirtió el mago con seriedad. Cuando Balred concluyó su investigación, sugirió: - Tal vez podamos subir y echar un vistazo. No he visto ningún guardia patrullando. - Yo te puedo ayudar con algunos conjuros. –añadió Thaed mientras pensaba. - ¿En serio? –añadió una voz desconocida detrás de ellos. En un instante, una emboscada derribó al cazador, un conjuro de silencio cayó sobre Thaed, un caballero aturdió a Galwin con un fuerte golpe de escudo y hiedras espinosas aferraron a Akabir mientras se retorcía furioso en su armadura. Bárbaros salidos de la nada derribaron a todos y afiladas lanzas apuntando a los cuellos les retaban a levantarse. - ¡Traidores! – bramó el caballero fuera de sí. - Cállate, idiota. –un elfo oscuro en una túnica negra y con un báculo de calavera se separó del grupo- Creo que hoy Syrtis contará con cuatro seguidores menos. - Así que no te molestas en fingir que has olvidado nuestro idioma, ¿eh? –dijo Thaed en voz baja pero cargada de desprecio. El elfo oscuro lo miró y afirmó con una maligna sonrisa: - De eso se encargará el tiempo, cuando nuestro reino arrase con Syrtis. –y luego se dirigió a sus guardias- Átenlos, los llevaremos adentro. En el camino a la puerta, Akabir forcejeaba e insultaba a sus captores, y Thaed discutía con el nigromante. Mientras, los dos arqueros se mantenían en silencio. Galwin intentaba desatarse disimuladamente pero sin éxito, y Balred se limitaba a caminar con rostro sereno. V - Desde el Gran Ritual nos faltan víctimas de sacrificio, ¿saben? –comentó con maldad otro de los magos- Tal vez tengan suerte y Azzaria les conceda el honor de dar sus vidas como tributo a los dioses. - Desátame y ya te mandaré yo con tus dioses –amenazó Akabir. - Bah, podría convertirte en un muerto viviente con un gesto, intento de caballero. Se acercaban a la puerta. Los guardias interrogaron al nigromante y pasado un minuto lo dejaron pasar. Los captores hicieron entrar a los syrtenses a lo que ahora podía llamarse el reino interno de Ignis. - Deben sentirse afortunados, son los primeros syrtenses en entrar. - Pero no los últimos, –añadió otro mago- cuantas más víctimas mejor. Reinó el silencio mientras se alejaban de la muralla en dirección a la recientemente fundada ciudad de Medenet. continúa...
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07-08-2011, 08:22 AM | #2 |
Baron
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Cuando ya se acercaban a la ciudad, empezaron a ver a los guardias con negras y rojas armaduras custodiando la construcción de un palacio junto a unas improvisadas casas.
La noche caía y algunos de los guerreros prendían antorchas, mientras otros magos invocaban brillantes llamas sobre sus manos. En ese momento, el caballero estalló de nuevo en insultos, a lo que el nigromante rápidamente se apresuró a conjurar silencio. Al mismo tiempo Balred y Thaed intercambiaban una rápida mirada cómplice. El cazador deslizó una daga salida de la nada entre sus ataduras mientras las del mago se convertían en cenizas con un destello de fuego. Los ignitas reaccionaron con rapidez y se arrojaron sobre los prisioneros. Espadas y lanzas destellaron a la luz del fuego y se abalanzaron sobre los escapados, pero se detuvieron a centímetros de ellos. De hecho, los ignitas mismos se paralizaron a la vez que un sonido anunció que Thaed había finalizado el conjuro: maestro del tiempo. - ¡Rápido! –gritó- ¡No va a durar mucho! El cazador liberó a Akabir mientras el mago hacía lo mismo con Galwin. Se levantaron y recuperaron sus armas en un instante y se lanzaron hacia la muralla al mismo tiempo que el conjuro finalizaba. - ¡Llamaron a los guardias! -rugió Balred, que había perdido por primera vez su rostro sereno. En medio de la persecución, Galwin alcanzó al cazador y gritó de repente: - ¡Thaed! El cazador se detuvo con una expresión de pánico y los tres se dieron vuelta a la vez. VI Thaed se había detenido lejos de ellos y conjuraba algo en dirección a los perseguidores. Todos fueron a su encuentro a la vez que el viento invocado levantaba un enorme tornado que se interpuso en frente de los furiosos ignitas. Arrasó con la formación, derribando a algunos y forzando a evadirlo a otros. Entretanto, Galwin lanzaba una flecha imbuida con relámpago que conmocionó aún más a los perseguidores, que sin embargo volvieron a la persecución con una voluntad de hierro. Pero lo que los syrtenses no llegaron a ver fue la lluvia de flechas que los guardias rezagados habían lanzado. Akabir reacciono justo a tiempo. Alzó su espada en medio de sus aliados, invocando una cúpula en la que quebraron las fechas al instante. - ¡Muévanse!- dijo entre dientes mientras la mantenía alzada. El tornado y la cúpula se desvanecieron mientras los cuatro syrtenses corrían a la oscuridad del desierto. Thaed invocaba en la marcha viento para borrar las huellas. Casi chocaron contra la gran muralla, que parecía una más con la oscuridad, incluso a la luz del fuego que el mago acababa de conjurar. - ¿Y ahora? –dijo Galwin con pánico en la voz. - Parece que los perdimos- informó el cazador recuperando el aliento-, tenemos que trepar la muralla. - ¿Puedes invocar hiedra, Thaed? - Me quedé seco de maná, no puedo… - ¡No podemos esperar! – interrumpió Akabir al ver un resplandor de luz: habían vuelto a por ellos. El mago se preparó a invocar. Emitió un destello rojo, que luego se transformaba en azul, a la vez que caía de rodillas en la arena. - ¡No! –gritaron los tres al unísono. Pero a la misma vez, unas gruesas enredaderas treparon por la muralla. Galwin subió primero, seguido del caballero y el cazador que ayudaban juntos al exhausto mago a trepar. Ni bien el tirador terminó de escalar sacó su arco y comenzó a disparar a los perseguidores. Mientras Akabir y Balred subían a Thaed, un guardia salió de la oscuridad y casi derriba al distraído tirador de la muralla. Un fuerte golpe a las costillas por parte del caballero dejó sin aire al ignita y se apresuró a tirarlo abajo sobre la masa que empezaba a trepar por lo que parecían telarañas mágicas, sin duda obra de los nigromantes. La red se rompió con el repentino peso y los perseguidores enfurecidos cargaron sus arcos contra ellos. Akabir levantó otra cúpula pero esta vez cedió ante la oleada de flechas implacable. Los cuatro se agacharon. - Habrá que bajar, rápido. – alentó el cazador – Tú primero, Galwin. El aludido se aferró al borde, bajó y se dejó caer sobre la arena. Lo siguió Akabir, que cayó con un estruendo metálico, pero se levantó, sin dejarse abatir. El cazador desde arriba y los otros dos desde abajo ayudaron a Thaed a lanzarse, tras lo cual el cazador sacó una bolsita oculta que abrió sobre el suelo. Un montón de caltrops se esparcieron, y el cazador saltó y aterrizó debajo con agilidad casi sobrehumana. VII El grupo corrió, llevando al mago casi a rastras mientras éste intentaba invocar un muro de fuego, pero con poco éxito. Las débiles llamas se extinguieron en unos segundos. - Eso llama mucho la atención –le recordó Balred jadeando. Galwin intentaba lanzar una flecha de rayo a la muralla, pero la carga eléctrica se desvaneció en el aire y la flecha cayó perezosamente. El cazador lanzaba flechas enredadoras, pero no podía con la multitud que empezaba a lanzarse desde la muralla. En cuestión de un minuto estarían sobre ellos. Siguieron corriendo desesperados en la noche, concentrados y sin hablar. - ¡Daen Rha! –exclamó de repente ante una ladera- ¡Si morimos, al menos ellos también! Los cuatro exhaustos syrtenses se deslizaron abajo y cayeron en las cercanías de la bestia. Pero parecía dormir, para exasperación de ellos. Galwin, irritado, cargó una flecha imbuida de fuego que fue a clavarse en la espalda del monstruo. Al mismo tiempo, sintieron otra vez caer sobre ellos el oportuno conjuro del entorno acechador. Se desplomaron, casi invisibles en el suelo, mientras la bestia profería un grito y, no viendo a los culpables, quizo tomar venganza de los ignitas. Un cazador ya había cargado una flecha mágica para revelar cuando la afilada hoja empuñada por Daen Rha lo atravesó por la espalda. Mientras los ignitas se veían forzados a retroceder, cuatro sombras se escabulleron y salieron del valle, lejos de sus perseguidores. Marcharon sin descanso hasta que las primeras hojas del césped empezaron a aparecer entre la arena. Ya empezaba a amanecer cuando al fin pararon bajo el primer árbol que el árido desierto no pudo matar. Cuando vieron una figura a la distancia, ni pudieron preparar sus armas. Esperaron tendidos en el suelo, hasta que el personaje llegó hasta ellos. Era un explorador del reino, que los nobles mandaron a investigar la desaparición del grupo. La alegría se dibujó en los rostros cuando, tras un descanso y con provisiones compartidas por el explorador, fueron en animada charla a Fisgael a contar su historia. __ Eso es todo, espero les haya gustado.
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