Itervención Divina, una historia de amor.

[congomanliveup]

Parte I

Dominio de la voluntad

" Llega un momento en la vida de todo bárbaro en que hay que sentar cabeza ". Esas fueron las palabras de Fallonn para conmigo.

Era de noche, y de no ser por los dos bárbaros la taberna habría cerrado ya hace un rato. Mal que mal, para el reposo de cantinero, estaban derrochando las últimas monedas de oro que les quedaban. A duras penas, abrazados a la barra, ahogando las culpas en alcohol, quemándolas.

La luna era la única estrella de la noche. Se alzaba sobre las profunidades del mar dejando caer su estela brillante sobre el agua, cual manto plateado dando brillo a todo aquello que no puede resplandecer por si mismo. Como una especie de ofrenda, iluminando la oscuridad de las pobres almas.

Pero el relajo del brillo de la reina de la noche, no llegaba jamas a esa taberna. Algunas almas no se dejan iluminar.

Era de acostumbrar, que cuando tocaban noches de descanso, los guerreros acudieran a sus hogares en busca del cálido refugio que brinda el abrazo familiar o la caricia de una palabra amiga. Estaban tambien, los que no tenían nada de eso, y que creían sofocar el fuego interno que generan las carencias con el ardor del vino mal asentado, que se dibujaba en imágenes tristes, en el fondo de los jarros a travès de la borra oscura. Pero en realidad, no hacían mas que alimentar esas llamas que devoran corazones.

La nostalgia por los que ya no están, las marcas de la guerra, los amores frustrados, todo se potenciaba en esa barra a medio limpiar. El dolor era mas intenso en ese espacio. Algunos dolores es mejor no padecerlos nunca, pero hay otros mas amables. El dolor puede hacer que un hombre se de cuenta de cuán frágil es realmente. Sentir dolor, por sentir algo.

Ellos creían que la vida así, estaban convencidos que el sufrir era el sentimiento primario de la vida de un guerrero. No concebían la vida sin dolor, y de alguna forma estaban tan acostumbrados a convivir con esa suerte de masoquismos que hasta los viciaba. Mas de una vez, cuando la guerra entraba en cesión por cuestione burocráticas, se encerraban en el coliseo a lastimarse con la excusa de entrenar.

El campo de batalla no era el mejor lugar para relfexionar acerca de nada, menos de la vida de uno. Pero en la taberna, en momentos de descanso, tranquilamente pudieran haber pensado sobre otras cuestiones menos frívolas, sin embargo esta situación nunca se daba.

Si por alguna razón, surgía un pensamiento reflexivo que pudiera incomodarles el pensar, se lo acallaba con vino, si la voz seguía encendida, mas vino. Y así ahogaban la conciencia, y con ella, todo intento que pudiera hacerles ver, tal cual era, la realidad de sus vidas.

La realidad era cruda y percibirla tal cual era, pudiera haber significado un colpaso de esos que no tienen camino de vuelta.

Esa noche en particular, fué un punto de quiebre para su vida. Las cosas no venían saliendo nada bien, la guerra se había tomado un receso, y la oscuridad que se acumulaba en su corazón amenazaba con desbordarlo.

El bárbaro solo sabía expresarse con su maza en la batalla, ése era su lenguaje. A falta de ésta, no podía drenar todas esas energías contenidas. Entonces la nostalgia se hacía cada vez mas presente, manifestándose de formas inconclusas en su alma. Y esa noche, disfrazada de luna, la tristeza se haría presente.

Cuando a sus oídos llego la frase del amigo, el bárbaro atino a balbucear una respuesta, como un acto relfejo, un movimiento de batalla. Ni el sabe que dijo, de todas formas no sirvió de nada. Se quedó solo en la taberna, gastándose las últimas monedas de oro que había conseguido vendiendo pieles de leones que cazaba en los bosques de elther.

La frase lo había tocado, como una bala certera que hace efecto en su blanco primario, implosionó en sus adentros y terminó desbordándolo. No alcanzaria el vino de toda la taberna para poder enmudecer, esta vez, a la maldita conciencia. Pero como terco que era, no abandonó la causa y tomó cuanto vino pudo, pudo él y pudiera su quebrado bolsillo, hasta quedar groggy sobre el piso de la taberna, con el cantinero tirandole agua sobre el rosto para que se despertara.

Cuando despertó estaba fuera de la ciudad. Lo habìan sacado a las patadas y por inercia llegó hasta el borde de un río donde sucumbió a las hostilidades del sueño. Lo primero que vió fue la luna, radiante, inundándole los ojos, encandilándolo, refrescando un poco las culpas de otra noche perdida en el vino.

Volvió en si, se acercó al agua, se lavó la cara, se mojó la cresta y volvió a recostarse abrazando su maza, pensando que después de todo no estaba tan solo en su vida. Otra borrachera mas, nada del otro mundo, lo que no imaginó, es que a partir de esa noche, todo iba a cambiar.

Para algunas personas, lo único que los mantiene enteros, es la realidad de saber que siempre existe la posibilidad de la redención.


...... continuará