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Old 08-10-2010, 04:42 PM   #1
climene
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Default Nunca dejes al alcance de un chatarrero el viejo equipo de radioterapia

Leide das Neves Ferreira es, probablemente, la única niña de la historia que se ha merendado un bocadillo de Cesio 137. Fascinada por el polvo azul luminiscente, untó además todo su cuerpo con el elemento radiactivo en presencia de su madre y poco después de que su padre comprase el polvo mágico a unos conocidos chatarreros. Leide y familiares descansan hoy en ataúdes de plomo tras morir y desencadenar un caos monumental en la ciudad brasileña de Goiania. La revista Time calificó el incidente nuclear como uno de los peores de la historia.


Leide das Neves Ferreira. Al lado una de las máquinas como la desguazada. Fuente, 2

El 13 de septiembre de 1987, Roberto dos Santos Alves y Wagner Mota Pereira, dos chatarreros a tiempo parcial de la ciudad brasileña, entraron en el edificio abandonado del Instituto de Radioterapia de Goiania, buscando morralla y metal para vender a buen precio. Con una de sus viejas carretillas consiguieron recopilar más de 600 kg de plomo y acero; fundamentalmente extraídos de una de las máquinas de teleterapia de la clínica, que también se llevaron. Sin saberlo estaban desmembrando un peligroso equipo radiológico cargado de cloruro de cesio.


Mano de uno de los chatarreros afectados con un de las irradiaciones de la cápsula. Fuente (pdf)

Los chatarreros empujaron la pesada carretilla hasta la casa de Santos Alves, y así poder desmenuzar con tiempo su botín. Nada hacía presagiar a los incautos que esos 600 metros de recorrido iban a ser levantados —literalmente— por decenas de excavadoras unas semanas más tarde, para filtrar y limpiar hasta el último gramo de tierra contaminada.

Una vez allí y a golpe de martillo, fragmentaron todo el equipamiento para poder clasificar el material. Un pequeño cilindro —del tamaño de un dedal— se desprendió de la máquina. Era la cápsula del componente radiactivo. Un robusto tubo de plomo y acero que contenía la fuente. Ésta giraba libremente dentro del dedal y sólo irradiaba y emitía luz cuando coincidía con una pequeña ventana de iridio del cerramiento exterior. Un pequeño farol ‘eterno’ a modo de juguete divertido y peligroso.


Zona Cero y procesos de descontaminación. Fuente (pdf)

Ambos intentaron abrir el cilindro para sacar lo que creían eran unos gramos de pólvora antes de desistir y vendérselo a su compañero y tío de la niña. Esto les salvó la vida. Devair Alves Ferreira consiguió romper la cobertura de la cápsula para sacar el polvo azul. Tenía una idea en la cabeza. Intentar fabricar el anillo más fascinante y mágico que nunca habría visto su mujer. Convocó a todo el vecindario para jugar y tocar la piedra y los polvos fluorescentes que de ella se desprendían. El padre de Leide se tatuó una cruz en el abdomen con la piedra. Otros se maquillaron la cara con pinturas luminosas ‘de guerra’ o esparcieron el polvo por los corrales para el jolgorio animal. Su sobrina jugó con los polvos mientras merendaba su bocadillo, aquella fatídica noche…

Dos días después comenzaron los problemas. Los dos chatarreros empezaron a vomitar cruelmente entre estertores febriles, achacando los síntomas a una mala digestión. Acabaron en el hospital en la sección de enfermedades tropicales. Pronto se dieron cuenta en el barrio que algo no funcionaba. Más de 600 personas estuvieron en contacto directo con el cesio antes de que la tía de Leide barruntara una relación directa entre la piedra mágica y los cuerpos hinchados y literalmente llenos de quemaduras de sus amigos y familiares.


Imagen del cementerio nuclear de Goiania con los contenedores de material contaminado. Fuente

Dentro de la funesta cadena de determinaciones erróneas, la señora Gabriela Maria Ferreira decidió llevar la piedra para que la examinara la máxima autoridad sanitaria de su barrio: el veterinario. Ante las sospechas, éste decidió aconsejar que se trasladara con la piedrecita y sus polvitos al hospital de la ciudad. Gabriela metió el cesio en una bolsita de plástico y cogió un abarrotado autobús de línea hasta el hospital municipal. Todo este operativo sería más tarde imitado y ensayado por las autoridades en el estadio olímpico de la Goianía para intentar establecer un protocolo de aislamiento de los contaminados y estudiar el recorrido de la sustancia en su fatal viaje. Allí acudieron cientos de personas para ducharse y descontaminarse.

Al llegar al hospital, la señora Gabriela soltó encima de la mesa del doctor Paulo Roberto Monteiro el Cesio 137. Paulo sospechó su procedencia y lo llevó inmediatamente metido en un saco a una zona sin gente, dejándolo todo en una silla en el centro del patio trasero. Una vez identificado se evacuó el hospital y se procedió a su retirada. Para ello una grúa descolgó una tubería gigante sobre la silla y los restos radiactivos. Luego se derramó una tonelada de hormigón sobre el conjunto para poder extraerlo completo y de una sola pieza. Gabriela falleció en ese mismo hospital el 23 de octubre.


Restos del Cesio 137 y la cápsula de iridio sobre la silla del Hospital Municipal. Fuente

Inicialmente murieron cuatro personas por síndrome de radiación aguda, y otras cuatro en los siguientes cuatro años. 5000 personas vivían en el área de riesgo, pero el operativo estableció que sólo 600 fueron víctimas de una radiación excesiva; por encima de los 0,3 Sv. Sin embargo, el llamado ‘estrés crónico’ afecta a toda la ciudad desde entonces, impregnada del miedo y la ignorancia a las consecuencias de aquella maldita radiación. Hasta ese fatídico día, nadie sabía lo que significaba la palabra radiactividad en aquel pequeño barrio de Goiania. El miedo trajo la falsa crisis; el comercio descendió un 60% en la ciudad. Nadie quería salir a comprar ropas ni alimentos por temor a contaminarse. En el entierro de las víctimas, los ataúdes de plomo fueron apedreados por la multitud, en protesta por la cercanía del sepelio a sus viviendas. Varias manzanas de la ciudad fueron literalmente demolidas y convertidas en escombros, que todavía permanecen amontonados en un depósito a ‘cielo abierto’ y a 18 kilómetros de la ciudad. Una fundación con el nombre de Leide recuerda y vela todavía por los derechos de los más afectados.

Video: The Goiania Incident

El accidente destapó el caos y descontrol en la delegación que vigila las dosis radiactivas de los componentes radiológicos. Como prueba, más del 40% de las consultas de control anuales a clínicas y centros quedaban sin contestar. La comisión de energía nuclear brasileña (CNEN) no recibió ninguna notificación tampoco del cambio de propietario o demolición de las máquinas de aquella clínica, según la licencia concedida en 1971. El cesio llevaba 3 años abandonado allí hasta su robo. Por lo tanto, se estableció que la responsabilidad en los homicidios por negligencia recaía sobre los tres médicos que gestionaban las máquinas. Pero como el accidente ocurrió antes de la promulgación de la Constitución Federal del 88, los médicos no pudieron ser declarados responsables al no ser los compradores ‘reales’ del equipamiento. Hoy viven ejerciendo la misma actividad cerca de los afectados por el ‘estrés crónico’ derivado del incidente.

Fuente: Kurioso
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