El amargo sabor de la ironía…

[armestt]

Esta madrugada me tomó por sorpresa. No por ver mi desolado reino al borde de la total profanación, sino por ver a tantos portadores de sinsentidos.

En estos últimos días, toleramos sinfines de comentarios maliciosos por quienes fueran “eximios jugadores”, incapaces de cometer una bajeza. Leales a principios de antaño sobre el sano arte de la guerra, los juegos de MMORPG, y la mar en coche.

Maliciosos nos han tildado de haraganes, vagos y pendencieros, desempleados y oportunistas.

Tristemente, esta madrugada me encontré con aquello que temí más que nada. Entré en cuenta que mis adversarios no eran aquellos hombres de bien que pregonaron. Resultaron ser indignos, viles, maliciosos y de frágil memoria. Acometieron todo aquello de lo cual nos acusaron. Se organizaron, especularon, apostaron gente en lugares estratégicos. Artimañas dignas de ¿quiénes? ¿Enaltecidos adversarios incapaces de caer en esas bajezas con aras de hacer una situación más beneficiosa para sus intereses?

Quise convencerme de que se trataba de un error, o de una triste coincidencia. Que aquellos enardecidos adversarios que criticaron nuestros movimientos no se encontraban aquí, o que se vieron influenciados por una masa sedienta de una gloria lejana, distante, y clamada a gritos desde sus entrañas.

Me armé de coraje. Cuanto Alsirio se encontrase retozando alegremente por nuestras gélidas tierras, fue convocado a presentarse a su muralla. Aparecieron muchos niños. Voluntariosos, oscos, inexpertos, dispuestos a convertirse hacia el despunte del alba, en hombres.

Allí se encontraban ellos, un ejército superado en número, en experiencia, en organización, en picardía, incluso en astucia. Un ejército de voz quebradiza, pero de paso firme y mirada serena. Comprendieron la gravedad de la situación, y cada quien aportó lo propio.

Pequeños conjuradores dando cuanto podían de vida a escaso más experimentados guerreros. Arqueros con flechas de madera que se apostaban en una tarima no construida para una defensa seria. Así, unos tras otros, cuidaban sus espaldas de hermanadas más que nunca por la inminencia del embiste de sendos enemigos.

La impotencia los condujo, premeditadamente o no, por necesidad o deseo, incapacidad o impericia a armarse y levantarse en armas contra nuestro reino. Codo a codo, vi luchar rojos y verdes, pese a que “dignos adversarios” perjuraron no tomar esas vías. Hombro con hombro asesinaron inexpertos jugadores con el enceguecido afán de levantar una alicaída moral denunciada en su propio seno, por el riñón de sus reinos.

Finalmente, luego de dos horas de feroces embistes de ambos reinos rivales, la nobleza de la madera alsiria cedió. Nuestra puerta fue doblegada, nuestras tropas esquivadas y fraccionadas por maratonistas del saqueo. Mancillada se vio nuestra tierra por foráneos que tomaron aquello que vinieron a buscar.
Cundió el pánico, pero rápidas acciones, dignas de hombres astutos, los llevó a esperar cautelosamente el retorno de aquellos corredores. Se recuperó lo propio. Se expulsó al enemigo, y el orden fue restablecido.

Sé que seguirán intentando doblegarnos. Pero recuerden que en frente tienen a un enemigo fuerte, aguerrido, lleno de hombres y mujeres con un corazón puro, dispuesto a batallar ante las adversidades.

A mis adversarios dignos, aquellos hombres que enaltecen y dignifican, espero no se sientan tocados por la crudeza de estas palabras. Saben, que tienen mi más sincera estima y respeto. También sé que ustedes no obraron así.

A los demás, sepan que Alsius sigue con paso firme, con la mirada serena, y por sobre todo, Alsius calla, pero no otorga.

Cofrades, este nuevo éxito, es suyo. Hoy obtuvieron el más alto honor. Hoy se convirtieron en hombres.