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03-21-2009, 08:04 PM | #1 |
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[RELATO] El Que Sueña Con El Horizonte
Capítulo I Ningún Lugar Comparada con las épocas anteriores, ésta era la edad de la utopía. La ignorancia, la enfermedad, la pobreza y el temor habían desaparecido virtualmente. El recuerdo de la guerra se perdía en el pasado como una pesadilla que se desvanece con el alba. Pronto ningún hombre viviente habría podido conocerlo. El Fin De La Infancia – Arthur Clarke Alzerán despierta con lentitud junto al ascenso del sol. La enorme isla central del continente irradia luz desde las colinas donde el oro y los diamantes pueden recogerse con las manos. Con la alborada se activan las fuentes centrales, la derecha, cálida bienvenida al día que inicia, la de la izquierda, gélido adiós para la noche que los abandona. En los campos el ganado sin pastor recorre su acostumbrado camino. Los hombres y las mujeres, los adolescentes y los niños, se ponen ya en pie. El desayuno abre la actividad de ese mundo con claras reglas. Hace ya demasiado que dejaron atrás los horrores de las luchas. Han evolucionado. No poseen armada ni guardias internos. No los necesitan. Pocos son los crímenes que se dan en estas tierras, todos originados por motivos pasionales, inevitables por la enorme masa humana. ¿Para qué podrían querer un ejército? Han prosperado en los últimos doscientos años. Los gremios, los sindicatos, los foros han traído paz. Entendimiento. Compasión. Solidaridad. Trabajan uno junto al otro, ayudándose mutuamente. Y no conocen mayor beneficio. Probablemente porque no lo hay. Todo es público y, a la vez, todo es privado. Un concepto difícil de comprender, pero verídico. Porque estas tierras las rige una bandera negra. El trabajo dura sólo tres horas por día. No se necesita más. Todo está distribuido de modo justo y equitativo. Los viejos cataclismos del pasado, controlados ya por la inigualable tecnología desarrollada en Alzerán, se habían convertido en recuerdo. Esta mañana ocurren tres hechos destacables. Cien kilómetros al norte, en plena altamar, Igor Deadeye capitanea la imponente flota con rumbo incierto. Una tormenta los desvió del sendero. Están extraviados, pero no perdidos. Reencontrarán el camino. Cumplirán su misión. Eliminarán a las fuerzas enemigas. Y esta vez será para siempre. En los límites de la ciudad, un niño de blanca cabellera roba un conejo de una granja. Huye entre los sembradíos. No sabe muy bien para qué lo quiere, pero lo tiene entre sus manos. Presiona contra su pecho el cuerpo del pequeño animal hasta asfixiarlo. En el otro extremo otro niño comete otro hurto. Es descubierto de inmediato. -¿Por qué querés llevarte esto sin decir nada?-exclama el encargado del lugar, quitándole el objeto. El muchacho no responde. Se muerde la lengua y mira sin expresión al hombre, mientras las lágrimas surcan sus mejillas. Ellos lo ignoran, pero pronto sus caminos han de cruzarse, encendiendo las llamas de un incendio que consumirá la mitad del mundo. Pronto, iniciarán un ciclo de tormento que acabará en un pequeña y distante isla, sesenta años en el futuro, cuando un guerrero, que por un momento será el diablo, empale a un anciano y cambie los cursos del horror para siempre. -¿Por qué lo hiciste?-pregunta el viejo. Es pequeño, está azotado por los años. Pero posee un espíritu noble y poderoso. -No lo sé, herr maestro-responde el pequeño-sólo lo vi y... -¿Lo necesitabas? -Lo quería-murmura, con la mirada clavada en el suelo. La vergüenza pesa sobre su nuca. Pero no huirá. El calvo apoya una mano en el hombro del niño. -Escucha, discípulo mío. Deberás pasar una prueba si querés seguir siendo mi alumno. ¿Estás dispuesto? -Sí, herr maestro. -Bien. Quiero que me digás una palabra real. Consternado, se detiene a pensar un segundo. Luego habla -Amor. -Mal. Andá afuera. Pensá. Cuando sepás una palabra real, volvé. Una hora después el niño regresa. -¿Sabés la palabra?-cuestiona el viejo. -Sí. -Decila. -Libertad. -Mal. Seguí pensando. Dos horas más tarde, se repite. -¿Ahora sí sabés la palabra? -¡Compasión!-exclama seguro de sí mismo. -¡No! ¡seguí pensando! Cuatro horas después, ya durante el ocaso, el niño encara a su maestro una vez más. -¿Cual es la palabra? -Vida. El viejo menea la cabeza, reprobándolo. Se le acerca y le da un golpe en la cabeza. -¡Ay!-grita. -¿Ves? Ahí está tu palabra real. Pensalo. El niño no responde, sencillamente obedece. Pienso en su grito. En el dolor. En orígenes y desenlaces. Piensa. Y entra en comunión con el todo. No había necesidad de tomar nada. Todo está a disposición de la comunidad. Hay una idea errónea ahí fuera. Hay una maldad enorme ahí afuera, reptando desde las sombras. Algo oscuro y demencial, algo putrefacto que apesta al hedor del tiempo ignorado y a la muerte. Hay algo que debe ser cambiado. Puede sentirlo en cada fibra de su ser. Pasa el resto de la noche meditando bajo la luz de las estrellas, en el patio del templo. No es un lugar en el que se rinda culto a algún dios, sino un refugio para quien necesita encontrarse con sí mismo. Y a ese pequeño, más que a cualquier otro ser en Alzerán, le urge hallar la imagen que un espejo tiene por obligación devolverle. Al mismo tiempo, en la zona de las granjas, apartado de todo, cobijado en las sombras, el del cabello blanco como la nieve desliza una daga por el vientre del conejo. Siente ese ardor de nuevo. Quita uno a uno la mitad de los órganos mientras la sangre en su cuerpo fluye y se concentra en único punto. Se ensucia las manos con el interior del fallecido e inocente ser. Eso lo excita. No puede explicarlo, pero lo necesita. Comienza su ominoso ritual. Diez minutos después estalla en un orgasmo. Sonríe con cinismo al terminar. Sabe que otra vez saldrá impune. Su secreto está a salvo. Y aunque no lo estuviera, está convencido de que nadie querría verlo si lo exhibiera. En altamar, en la nave líder, el contramaestre habla a su superior. -¿Me llamó, capitán Deadeye? -Sí, quería verlo, Goblindropper. Tenemos un problema. -Lo escucho, señor. -Estuvimos mucho tiempo a la deriva. A pesar de la larga experiencia de nuestra tripulación, en una noche como esta, con tantas nubes, es imposible encontrar el norte. Algunos hombres me pidieron audiencia. Los víveres se están terminando. -Estoy al tanto, señor. Ya ordené que dispongan lanchas para la pesca. -Ese no es problema. La discordia se debe a que el agua dulce pronto empezará a escacear. -No entiendo, capitán. Eso no está en mis manos. -Lo sé. Mire, le seré franco. Estamos corriendo riesgo de muerte en este momento. Estos hombres me contaron leyendas de sus tribus. Sabe que nadie se atrevió a navegar nunca hasta este punto, ¿verdad, Goblindropper? -Sí mi capitán. -Bien. Estos hombres hablan de unas islas cercanas. Islas repletas de recursos. Islas de gente pacífica, pero peligrosa. Dicen que no puede estar muy lejos. No sé que tanto perdemos intentando llegar. Sólo quería pedirle su opinión al respecto. -Creo que estaría bien dirigirnos hacia ese sitio, señor. -Bien...-murmura el militar-retírese. Eso es todo. -¡Señor, sí, señor!-exclama el contramaestre y se retira por donde vino. Igor Deadeye medita en silencio, de cara al océano. Hay una amenaza libre en el mundo. Hay algo que avanza de cultura en cultura, de sociedad en sociedad, de civilización en civilización, succionando recursos. Esclavizando personas. Incendiando ciudades. La soberanía, la independencia corren riesgo de dejar de existir. El imperio se expande. Y él está orgulloso de seguir la tradición militar de su familia. Está orgulloso de su lealtad a la tierra en que nacio. Está orgulloso por cada uno de los otros que transforma en uno de ellos. A través de la sangre y el fuego. Al amanecer, el anciano maestro busca al joven. -¿Aún no dormís? -Estuve meditando. -¿Y qué descubriste? -Que el universo es uno, pero que pronto ha de ser dividido. -Sabias palabras, muchacho. ¿También lo sentís? -Sí... algo en mi interior me dice que todo cambiará pronto... -Tras doscientos años de guerras logramos fundar Alzerán, esta tierra, donde la violencia y los penares fueron erradicados. Fue muy difícil, pero se logró. Hace cien años se vive en paz, en armonía. Pero no durará. No puede durar. Creo que la destrucción está en nuestra naturaleza. -Casi puedo escucharlos, herr maestro. -Sí, hijo. Vienen desde el norte. Ya soy viejo. No podré luchar. Antes de que ocurra lo que marca el destino hay algo que debés saber. Fuiste dejado acá por tu padre, en este templo, poco después de tu nacimiento. Tu madre falleció tras el parto. Él te trajo a nosotros desde una tierra distante, venía escapando del horror. El viaje fue muy duro. No sobrevivió más que unas horas tras llegar a nosotros. Pero pudimos hablar. -¿Qué le dijo? -Él sabía en ese momento, tan bien como vos y yo ahora, que había algo en camino. Me dijo que te preparara para que pudieras erguirte solo. Y lo hice. Vos y yo somos los únicos conocedores del antiguo camino del guerrero, ahora que todos mis camaradas han muerto. Algún día le enseñarás los que aprendiste a alguien. Pero eso no es lo que importa. Toma-dice el viejo, extendiéndole una caja de plata-me dijo que te entregara esto, cuando debiera partir. -¿Qué es, herr maestro? -No lo sé. Nunca la abrí. Guardala. El gran mal está llegando... Más allá, en las granjas, aquel del cabello como la nieve regresa a su desierto hogar. Lleva un mes viviendo solo. Sus familiares han muerto. No fue su intención. ¿Cómo podría saber que ese artefacto que usaban a diario para generar calor explotaría? No siente culpa. Siente, en todo caso, alivio por haber estado fuera en ese momento. No hay remordimiento. Se sienta a la mesa. Come crudo un animal que cazó. Al principio vomitaba, pero ahora está acostumbrado. Es la supervivencia del más apto. Y otra vez, al igual que los veintinueve días anteriores, jura que el más fuerte será él, al final. Al mismo tiempo en el Concilio Central, una cámara discute. -Corremos riesgos, señores-dice el moderador. -Lo sabemos-responde uno de ellos. -Ese mineral es... siniestro-acota otro.
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