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04-05-2009, 02:02 AM | #12 |
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Capítulo II Lágrimas Durante seis días esperan ocultos entre las ruinas de las granjas que el ejército alsirio incendió. Son seis personas asustadas, en mayor o menor medida, ante algo desconocido. Tienen tras de sí seis cadáveres; son los que no lograron vencer a la naturaleza. Al frente, los dos niños se mantienen en silencio. Observan con cuidado desde su refugio los movimientos de los invasores. Son al menos treinta, acampando en las cercanías. -¿Qué están esperando, Arán?-pregunta Kurt, frunciendo el ceño. -No sé. Llevan dos días ahí. Creo que corremos peligro. Regresan al silencio. No comprenden bien lo que ocurre. Nunca antes una muestra tal de violencia y estupidez fue presenciada en Alzerán, la tierra bendita no por los dioses, sino por La Razón. Hoy arden las comunas. Cientos de miles de hombres han sido crucificados en las calles. Algunos más, aquellos que ofrecieron resistencia, fueron empalados. Mujeres. Niños. Ancianos. Nadie se salva de la ira de los pequeños hombres que llegaron desde el norte para traer el odio a las tierras donde, por un siglo, la paz reinó. Arán piensa. Recuerda todos y cada uno de sus actos. Se entristece. Aunque no comprende con totalidad lo que ocurre a su alrededor, está seguro de que hay actividades que no podrá realizar en el futuro. No extraña a las personas. Está acostumbrado a sobrevivir. Pero en su interior algo está clamando, algo pide sangre. Kurt piensa. Desde que tiene memoria se lo preparó para luchar, para ser el último hombre en pie. Muchas veces se preguntó el sentido de tan extenuante entrenamiento. Ahora cree comprender el porqué. Tiembla por un momento. ¿Era esto algo inevitable? ¿realmente él entre todos debía someterse a tan cruento destino, a ser el que toma las vidas de otros? Entonces el cielo pierde equilibrio. Se derrumba sobre ellos. Esconden, ahora, sus mundos. Nadie los verá, nadie sabrá qué es lo que guardan dentro. Hasta que sea tarde. -¡Nos vieron!-exclama Kurt. -¡Vamos!-le dice Arán. Los adultos, un poco más atrás, comprenden lo que ocurre e inician la retirada. No esperan por ellos. El pánico cunde entre los presentes. Sienten que los cazan como animales. Y la verdad es que su sentir no es distinto a la realidad. Los enanos son fuertes, veloces y persistentes. Durante una hora sin calma los siguen. Kurt se queja un poco por el peso de la mochila en su espalda, pero de ninguna manera podría haber dejado atrás sus libros y la extraña caja de plata. Pronto los alcanzan. Sin preámbulos matan a los tres hombres. Golpean un poco a la mujer y se la llevan con ellos. -Juraría que había dos más-murmura un soldado. -También yo-responde el de mayor jerarquía. Guardan silencio un minuto. Nada llama su atención. -Vamos, esto es una isla. No tienen a donde ir. Se retiran entonando una alegre canción tradicional de sus tierras, una canción que habla de dragones y castillos, de princesas y emperadores, de valor y lealtad, de como se aplasta al enemigo y como se trata a sus mujeres, tras vencerlos. En la copa de un árbol Arán los escucha. Kurt, bajo la maleza, no sólo oye, también comprende. Lo que lo aterroriza es que lo que cantan es lo que viven, como ha visto con sus propios ojos durante los últimos seis días. -Deberíamos...-dice a Arán, una vez se reúnen. -Nada, Kurt. ¿Qué podríamos haber hecho? -Herr Arán-murmura el chico-no tenemos que huir como cobardes. Tenemos que llevar la frente en alto. -Es difícil hacer eso si vivís dos metros bajo tierra. Vamos, salgamos de acá. No tenemos motivo para quedarnos. No hablan durante el trayecto. Se estudian mutuamente. Son sólo unos críos y lo saben. Cada uno de ellos entiende que el otro no se comporta como suele hacerlo la gente de su edad. Descubren en la oscuridad los senderos internos del otro. Arán está curtido por la vida. No sólo hay algo mal con él, algo que trae desde la cuna, sino que los últimos demenciales meses precipitaron la extinción de los suyos. Lleva treinta y seis días solo en Alzerán. No hay nadie que responda por él. Aprendió a vivir de lo que caza. Kurt fue formado en una ya perdida tradición. Sigue El Camino Del Guerrero. Se lo preparó para pelear. Es un maestro del combate cuerpo a cuerpo, un arte perdido. Cada noche leía con su maestro, quien lo trató como un adulto. Su infancia, ahora que alcanzó las postrimerías, no fue más que un suspiro. Le enseñaron a pensar como un anciano. Por eso sospechan. Saben que el otro esconde algo. Pero no preguntarán. A sus anchas en el Concilio Central, Igor recibe a sus camaradas. -¿Y bien?-pregunta al ver a su lugarteniente. -No hay novedades, señor. -Tienen a esos poderosos hechiceros... y aún así no responden. -Señor, sabe que nuestros mediums no pudieron establecer contacto. -Eso no importa. Enviamos dos barcos. Ya debiera saberse algo. -Aún es pronto. Lo más probable es que los magos de la corte no puedan contactarse con nosotros. -Seh...-dice con rabia-tal vez no envíen confirmación, tal vez sólo se limiten a mandar tropas para conquistar el lugar. -Este sitio está conquistado, capitán. -Porque estos inútiles no tienen un ejército. De otro modo, ya estaríamos todos muertos. -Me pregunto qué clase de pueblo es el que cree que no necesita soldados. -Uno muy optimista-responde Igor, terminante. *** El aroma del mar antes del despertar del mundo los retiene en la vigilia. No han dormido en toda la noche. Están cansados y hambrientos. Es ya el séptimo día en el que huyen como ratas asustadas. Buscan las sombras, intentan sobrevivir. En el fondo ambos creen que no durarán mucho más. Saben cerca el final. Pero, a la vez, tienen una fe desproporcionada en sí mismos. Pero que los maten si saben el porqué de semejante confianza. -¿Cuanto más creés que podremos aguantar? -No lo sé. No mucho, herr Arán. No podemos seguir quedándonos acá. -Hay otras islas, Kurt. Podríamos ir al muelle y tratar de llegar a una de ellas. -¿Sabés navegar? -No. -Eso pensé. Silencio. Ofuscado, el del cabello como la nieve responde tras un momento. -¿Qué significa eso? -Que estamos rodeados. No tenemos donde ir. Y que no ayuda en nada encontrar soluciones que se nos van de las manos. -¿Y qué sugerís? -Tratar de llegar a un lugar más cercano al centro de la comuna, buscar otros sobrevivientes y... -¿Y..? -Y buscar el modo de formar la resistencia. -¿Resistencia? -Resistencia. -¿Cómo, si ni siquiera tenemos armas? -Oh, tenemos más armas de las que podés imaginar. Emprenden la caminata. No se miran, no quieren hacerlo. El sonido de las pisadas les basta para saber que el otro está ahí. Nadie quiere estar solo. Una inmensa congoja invade los pensamientos de Kurt. ¿Qué habrá sido de su maestro? Sabe que no es tiempo para llorar; sabe que luego será demasiado tarde para las lágrimas. Y odia ese punto ciego en el que se encuentra. Una luz mortecina alumbra con un fulgor oscuro su consciencia. Toda su vida transcurrió en el templo. ¿Qué hay ahí fuera? ¿qué es lo que espera por él? Apenas conoce Alzerán. Sabe que el mundo es infinitamente más grande, que las opciones son enormes. Pero pocas veces se dirigió a las islas que circundan la suya. Vivió en el paraíso, educado para sobrevivir al infierno, a las tempestades que sólo algunos intuían llegarían. El día es hoy. Un día de ciento sesenta y ocho horas ya, que insiste en no despedirse tras el límite de la visión, que se niega a perderse tras un ocaso. *** Al mismo tiempo, en Etiainen, el emperador guarda silencio ante su consejo. Los examina con la mirada. Recorre los rostros uno a uno. Ellos tiemblan. -Sigo sin entender la idea. Estamos en guerra por un motivo-les dice. -Señor, sucede que... -¡Nada!-exclama el enano-el conflicto con los elfos tiene dos objetivos: mantener la seguridad fronteras adentro y lograr réditos acordes a las inversiones. Ambos se han cumplido al pie de la letra siempre. No hay motivo para cambiar esto. -El futuro está en el xymerald-acota el más joven de ellos. Su cara no le es familiar al emperador. -¿Y este? ¿quién es?-cuestiona el viejo. -Soy Ingmar, señor. -Ingmar... ¿estuviste en el ejército? -No. Soy analista económico. -Bien. Cambiaremos eso. -¿Perdón? -Salís hoy mismo al área en conflicto, soldado. -Pero... -¡Pero nada! ¡vas a ir a esa guerra y lo mismo le espera a quién trate de contradecirme! Con un chasquido de dedos da la orden a los guardias. Ingmar grita y patalea, entre lágrimas y rabietas. Se lo llevan a la fuerza. Partirá hoy mismo. Nadie regresó nunca del área en conflicto. Él no será excepción. *** Es tarde. Se reúnen una veintena de ellos en el centro de la comuna. Kurt y Arán escuchan con sobrada paciencia la conversación de los adultos. -El problema es el xymerald-murmura el más viejo. -¿Pero por qué? -No puede extraerse. Está en una falla. -¿Y eso qué significa? -Que si se saca suficiente habrá un terremoto. -¿De qué proporciones? -No estoy seguro. Pero nuestros estudios revelan que será enorme. Podría incluso hundir Alzerán. -¿Las siete islas? -Eso me temo. -Los invasores ya están cargando sus barcos con lo que pueden. Si llegan refuerzos estamos perdidos. -Necesitamos formar un ejército. Ahora-dice la única mujer presente. -¿Y con qué los armaremos? Forjamos herramientas, no espadas. -Disculpen-dice con firme voz Kurt, interrumpiéndolos-creo que tengo una solución. Se quedan en silencio. La voz, tan frágil, les llama la atención. Porque a pesar de ser joven posee edad. No podrían explicar el porqué, pero asienten, le ceden la palabra. Quieren escuchar lo que tiene para decir. Tal vez porque ya han pensado en todo. -Creo que el xymerald mismo puede ser un arma. -¿Cómo?
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