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La Taberna Un lugar para conversar sobre casi cualquier tema

 
 
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Old 08-10-2009, 06:29 PM   #6
MalditoLobo
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El Café es un caos.

Arden las paredes incendiadas por las llamas del rencor.

Asesina el aire invadido por el veneno de un odio letal sin precedentes.

Tiembla el piso poseído por el miedo que precede a la silla eléctrica.

Mientras el abogado se retuerce en el baño, los presentes contemplan la titánica batalla, plagiada de Dragon Ball Z (o quizás de Saint Seiya, o de The Matrix, no estamos seguros)

Ahmed-Ali-Aznhed-Bahalthazar-Osama-Orinoco-Neo-Superman, alias pepe, el mozo, lucha como un demonio contra Lobo, aquel llamado el maldito en una pelea a muerte que decidirá el destino del universo; de este universo.

Mientras la sangre cubre las paredes y los muebles estallan ante cada descarga de energía, un paseante casual se aproxima a la dama y le cuestiona:

-¿Pero qué pasa acá?

-Se están peleando-responde ella.

-¿Por qué?

-Pepe aumentó el precio de las medialunas.

-¿Mucho?

-Treinta centavos más el kilo. Al lobo no le gustó eso.

Sumido en la pesadumbre, el sujeto ve un papel en el suelo. Lo recoge y lee en voz alta:

SHOW URBANO


Camina por aceras apenas iluminadas, en un barrio de buena muerte disfrazada de mala vida. La calle es suya, avanza por ella como un glóbulo más recorriendo las venas de una ciudad insomne.

En una esquina una chica de veinte años baja su escote y le guiña un ojo, “veinte billetes por media hora” dice su mirada. Él la ignora.

En la entrada de un baño público un policía vomita al ver a su primera víctima de homicidio. No sabía que tras la muerte el cuerpo se vuelve incontinente. Risueño, el joven no le presta demasiada atención.

Tirado en las escalinatas de una iglesia, un homeless duerme el sueño de los condenados, elude la realidad con una botella pegada a los labios. Ya ha perdido la consciencia. El muchacho se detiene a observarlo un momento, se pregunta qué hazañas estará protagonizando en un paraíso a la medida de sus fantasías.

Las sirenas suenan en la ciudad, callan el llanto de los críos, ahogan los gritos de los desamparados. Las lágrimas no secan, nunca secan, mueren en las comisuras de los ignorados; los desechos que el sistema arrojó a las veredas del olvido.

Poco antes de llegar el joven se detiene, enciende un cigarrillo y eleva la vista al cielo. Las luces y el smog que emana de la piel de asfalto de la inconmensurable bestia le impiden ver las estrellas.

La ciudad inhala el hedor de sus heces. Y él inhala con ella.

Se aproxima a la puerta del edificio. Llama al cuarto departamento.

-¿Quién es?-pregunta la tímida voz a través del artefacto.

-Soy Ian. Abrí.

Un desagradable sonido ataca sus oídos. La puerta cede al primer contacto. Sube por las escaleras hasta el hogar de quien lo ha citado esta noche. Ella está esperándolo.

-¿Y bien?-cuestiona él, sin preocuparse en regalar un saludo mayor que su propia presencia.

-Tenés que verlo. Ya casi es la hora. Vení, es en la terraza-murmura la chica.

En silencio él la sigue. No repara en el maquillaje ni en la ropa, sabe que está enamorada de él y le importa bien poco. De hecho, ni siquiera sabe por qué accedió a este encuentro.

Una vez en lo alto se refugian en las sombras.

-Está vez me vas a creer-dice y sus ojos son estrellas compuestas de ilusión y esperanzas.

-Nunca dije que no te creyera-responde él, apático, frío, distante.

Esperan durante un minuto. Dos. Tres. Al cuarto se escuchan unos pasos. Lentos, torpes. Ven a un anciano caminar, errante en las tinieblas, hasta pararse debajo del único foco que intenta iluminar el sitio.

-Es él-susurra ella.

-Ya lo había deducido-responde Ian, por lo bajo.

No tarda en ocurrir. Una luz, débil al comienzo, blanca, inmaculada, brilla en un rincón. Se intensifica, opaca el neón, el domo fluorescente que cubre la ciudad. Pronto toma forma, se convierte en femenina silueta.

Camina ahora, con lentitud, con delicadeza, hacia el foco; hacia el viejo.

-¿Ves? Te dije que había un fantasma-murmura la chica.

La difunta y quien pronto fallecerá están ya cara a cara. El abraza su cintura, sólida para él, inmaterial para el mundo, y la besa con ternura en los pálidos y muertos labios. Abre la boca. Su lengua y su fétido aliento atraviesan la nada; atraviesan el todo.

El anciano baja al cuello, comienza a desvestirla, bebe de sus senos el néctar amargo de lo que se fue para nunca volver. Se escucha un gemido.

Sólo entonces Ian nota que las vestiduras del espectro no son contemporáneas.

La levedad de la muerte juega a favor del viejo. No es difícil sostener por los glúteos a un ánima. La tiene con la espalda contra la pared. La penetra casi con ira, se adentra, poseído por un arcángel que debió llamarse Lujuria, en la humedad de algo que fue devorado por los gusanos cincuenta, cien años atrás.

El movimiento es, a un mismo tiempo, mecánico y frenético, lascivo y aburrido. Un nauseabundo hedor se apodera del lugar. Tiembla la sima de esta cima de hierro y concreto cuando un hormigueo recorre un cuerpo y un alma.

Un volcán estalla, se desata una ráfaga solitaria, un viento de fe desesperanzado, un maremoto de emociones, un orgasmo prohibido por el infierno y alentado por el paraíso; la quintaesencia de la necrofilia.

Ríe La Parca. Llora una partera. Un viejo derrama en el piso su semen. Una chica ilusionada se aferra a su amor. Y un tipo aburrido enciende un cigarro.

El show acaba. El anciano, con lentitud, baja al fantasma. Recibe un cálido beso en la mejilla a modo de agradecimiento y luego se halla solo, una vez más.

Sube su pantalón. Ajusta el cinto. Respira profundo el muerto aroma de su placer. Cuando se recupera habla.

-Voyeur, ¿un cigarrillo para un viejo?

Ian camina hacia él. La chica trata de detenerlo, asustada, pero resulta infructuoso. Se para a un metro y le extiende la caja.

-¿Sabes?-dice el anciano mientras se dispone a fumar-hay gente que se conforma con una bolsa de papas con un hueco. Yo no soy de esos.

-Lo noté-murmura el joven.

-Fue acá. En esta misma terraza, bajo un foco igual a este. Hace sesenta años. Se llamaba... ya ni me acuerdo como se llamaba. Estaba preñada. La mató la familia, por eso de la deshonra. Dicen que fue acá donde se embarazó. La gente cree que revive su último momento de felicidad, pero eso es mentira. Ya no queda nadie de los que la conocieron. Ya ni una aparecida es.

-¿Entonces? ¿qué es?

-Una chica muy dulce. Y muy complaciente-responde, mostrando sus siete dientes en una sonrisa.

No hablan más. El viejo se va. Un minuto después lo hace la pareja.

-No parecés sorprendido-afirma ella, mientras se dirigen al departamento.

-No lo estoy. Te lo dije antes: he visto muchas cosas en estos últimos cuatro años.

-¿Y qué creés? ¿qué fue lo que vimos?

-Un viejo echándose un polvo con el recuerdo de un fantasma.

Ella le sonríe. Se despiden en la puerta. Él se adentra en las calles, una vez más.

Recorre las arterias de la metrópolis y respira con ella. Deja en el pavimento huellas metafísicas, impregna de sí, Hombre Urbano, el asfalto y la basura, el humo y el ruido. Su imagen se graba en las pupilas de las putas y los borrachos, de los policías y los proxenetas. Es Presencia en la ciudad desnuda, la que nació por cesárea, la de las mil historias, la que parió las progenies nocturnas que vagan más allá de los límites de la piedad.

Nadie es un ausente, todos construyen la historia, con cada paso, con cada palabra, con cada golpe y cada abrazo, con cada muerte y cada nacimiento. Aunque a nadie le importe.

Porque ella está viva. Se alimenta de esperanzas y frustraciones, regurgita odio y amor, excreta miseria y soledad y hambre y frío. Sueña con mañanas perdidos en los anales del ayer, cuando no había electricidad ni agua potable. Respira agonía. Y recuerda, a cada momento, cada fechoría y cada virtud de sus hijos. De todos sus hijos.

Los vivos. Los muertos. Los que nunca nacieron y aquellos que han de vivir por siempre. Para nadie existe el olvido, ese divino elixir que cierra toda herida. Ni siquiera para los fantasmas.

Al fin, tras naufragar, otra vez, en la mar de concreto, la marea del devenir lo arroja a las costas de su cama. Y acá sigue, acosado por las calles; y acá siguen las calles, acosadas por él. Alguien podría creer que es otro espectro haciendo más oscura esta noche sin luna.

Mi ciudad, por su parte, sabe que es un recuerdo del futuro.
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Tags
historias, literatura


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