05-17-2009, 04:01 AM | #441 |
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Viene del post anterior
En cuanto se subió el cierre, sintió algo cambiando en su aspecto. Su insipiente bigotito desaparecía. Sentía como si él se adaptara al trajecito que le habían proporcionado. Su fisonomía cambió. Ahora era gris. -¿qué es esto? ¿qué me pasó? –preguntó Mariano entre asustado e intrigado. -Ah, nada. Una cosita que tenemos acá. ¿Viste que siempre hay quilombo ahí abajo con el aspecto de la gente, si es oscuro, o morocho, si es rubio o tiene cara de loquito y que se yo? Bueno, acá lo solucionamos. Ahora son todos iguales. No hay ricos, no hay pobres, no hay lindos, ni feos. Son todos así, grises. -Pero es una cagada eso Pancho. ¿Me estás diciendo que todos nos vemos igual? -Claro. Ahora vos nos sos más flaco y desgarbado. Ahora tenés las mismas oportunidades de conquistar a cualquier mujer, bueno, si las hubiera. -¿Eh, somos todos tipos? -No precisamente. Como siempre había quilombo, y los tipos se querían fifar a las minas. Las minas que o histeriqueaban o eran abusadas. Que la que decía que sí era una atorranta, y la que te decía que no era una yegua frígida. El que no tenía compromisos, era un mujeriego. El que andaba solo con su mujer, un boludo. Que si la tiene chiquita, o grande, o es tetona, o se hizo la nariz… bueno, así. Ahora no pasa más eso. -No entiendo –dijo el nuevo y confundido sujeto gris. -Mirate –mientras Pancho le hacía una seña casi como dándole vergüenza. El confundido hombrecito en trajecito gris se miró las partes nobles. Parecía un muñeco anatómicamente imperfecto. No tenía nada. Sus genitales habían desaparecido. También su deseo y su libido. -¿Qué mierda me hiciste? -Nada, pero ahora vas a estar mejor. Quedate tranquilo. Es la primera reacción. Después de un rato te olvidás y se te pasa. -Pancho, ¿me estás jodiendo? Me desbolaste. -Es un buen término. Igual, eso no lo precisás más. Ahora que no pensás más en el sexo, tendrás tiempo para hacer otras cosas. -¿cómo qué? -Que se yo, algún pasatiempo que tuvieras. -¿Tocar la guitarra por ejemplo? –preguntó el eunuco sujeto de trajecito gris. -No exactamente –replicó el barbudo Pancho- Verás, ahí abajo, la gente talentosa, siempre generaba conflicto entre aquellos que no lo eran. Entonces decidimos que no era necesario mantener esas diferencias acá arriba. Porque siempre estaba el que toca la guitarra, o el que arregla el auto, o hace cosas para la casa o el jardín, o el que sabe escribir, o recitar, o tocar, o componer, o pintar, y bueno, siempre, tipo o mina, se veían encantados por esas cosas, y daba lugar a que se dijera “la pareja de fulano/a hace tal y cual cosa, no como vos que estás todo el día chengue chengue con esa guitarrita de morondanga”. Así que decidimos nivelar eso, sacándole a todos ese tipo de aptitudes. -Pero esto es terrible. ¿Y qué carajo se hace acá arriba entonces? -No sé, vení que te presento a algunos de los que están de antes. Ahí, nuestro mediocre eunuco hombrecito de kimono gris, presenció las hordas de sujetos despojados de impronta que habitaban allí. Todos iguales. No podía distinguir hombres ni mujeres. Ninguno hablaba más de lo necesario. Eran como telegramas andantes. Ninguno sobresalía ni destacaba por sobre los demás. Todos permanecían inmóviles. Parados alrededor de esa espesa blancura. Sin moverse, sin emitir sonido, sin vivir o reaccionar, o lo que sea que haga esa gente materializada ahí. -Me quiero ir –dijo el no talentoso eunuco de trajecito gris. No quiero estar acá. Es una mierda esto. No se puede hacer nada. Esto no es una recompensa. No es un paraíso. -¿Quién dijo que lo fuera? –inquirió el presentador de esos lares. -Pensaba que… -Pensaste mal. Esto es un lugar y punto. Siempre protestaste porque Fulano era más encarador que vos. Mengano tenía más minas. Sultano escribía bien. Lolo jugaba bien al fútbol. Bueno, acá no tenés que preocuparte por nada de eso. Todo eso son boludeces que no importan. Acá valés igual que el resto, por lo que sos. -Pasa que acá no soy nada. Soy un inútil. -Es una forma de verlo. -No quiero volver acá. -¿Preferís ir debajo de todo? ¿Al sótano? –lo apuró el barba. -¿Existe? -Por supuesto. Pero no te creas que es mejor. Ahí, todas las desventajas que tenés, las padecés el doble. El que es garca, ahí abajo caga a todo el mundo. Y feo. Te piden la hora y te tocan el culo. El que tiene levante, se lleva a tu vieja, y si quiere, se encama con vos, y encima, lo disfrutás. Las minas lindas, salen consigo mismas. Los tipos feos, son tan feos, que al cuco los amenazan con ellos. Si sos boludo, ahí le vas a comprar puchos al más Carlo que haya, y siempre te van a cagar con el vuelto. Nada de lo que hayas experimentado va a ser igual. Todo va a ser cien veces menos placentero. Y todo lo que padeciste va a ser cien veces más amargo. Si escribís lindo, lo único que vas a hacer es escribir, pero nadie te lo va a reconocer, porque cada uno se la va a pasar tocando, cagando, forreando, mirando culos feos, leyendo huevadas, y te vas a terminar metiendo lo que escribas en el ojete. -¿Y qué carajo hago? –preguntó el aterrorizado hombrecito no talentoso, confundido eunuco de trajecito gris. -Yo soy Pancho y vos no entendiste nada. Dónde estabas hasta ahora es el punto medio. Sos el jamón del sándwich (¿o sangüche? Siempre tengo esta duda). Ahí podés elegir. Libre albedrío nene. Te podés equivocar, podés enmendar. Podés volver a empezar, podés optar. Barajar y dar de nuevo. Hacer lo que te dicen y bancártela como un señorito. Hacer lo que se te cante el culo, y también bancártela como un señorito. Mirá ahí abajo –le dijo Pancho- te están por atender. El desgraciado hombrecito se inclinó para espiar para abajo, y ahí nomás, le propiciaron un voleo en el orto. El despertador se agitaba con impaciencia. Despertó con una mueca en el rostro. Era un día nublado. Gris. Todo fue un revelador sueño. Le dolía el traste. Se sentía pleno. Se sentó en la cama, y casi sin meditar, llamó al trabajo. -Hoy no voy a laburar –le dijo- y me parece que mañana tampoco. -¿Quién sos? –preguntó la autómata señorita del otro lado de la conversación. -Mariano, el flaquito de diseño –respondió con una mueca sonriente en el rostro. -Ah, bueno, aviso. Pero ¿estás enfermo?. Mirá que se van a enojar, son más de las 10.00hs. am. Y Juan Carlos preguntó por vos. Vino el señor Ferrando. -Que se vayan cagar los dos juntos. A la tarde te paso a buscar y vamos a tomar un helado. -Eh…. Bueno –titubeó la chica- pero no me gusta el helado. -Está bien, te dejo elegir otra cosa, total, pagás vos. Mariano colgó el teléfono, y sonriendo se dio vuelta en la cama, se tapó y durmió otro ratito.
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Armestt, Brujo Eterno de las Sombras de Alsius Et certe cuiusque rei potissima pars, principium est. [Gaius; Digestorum L. I; T. II; 1] Last edited by armestt; 05-28-2009 at 02:16 AM. |
05-18-2009, 11:23 AM | #442 |
Marquis
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seguramente ya lo saben, pero lo dejo igual: http://news.google.com.ar/news?ned=e...hLe2mM&topic=e
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05-18-2009, 04:52 PM | #443 | |
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En cuanto al relato color gris digo, digo color azul (bromita) me parece muy bueno. Todos en algún momento tenemos la necesidad de mandar a nuestros superiores a hacer lo suyo y nosotros quedarnos durmiendo aunque sea un rato más ¿me equivoco? Ojalá yo pudiese mandar a Japón a mis superiores y quedarme durmiendo o escribiendo. Saludos, Ear.
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Earwin Spellstrike - Prisioneros del Lag
¿Por qué no nos dejamos todos de joder, de insultar y le ponemos buena onda al juego y a los comentarios en el foro? Tenemos algo en común: Jugamos Regnum! |
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05-18-2009, 05:14 PM | #444 |
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Escuché lo de Benedetti hoy en la radio, y bueno... descanse en paz.
Lo primero que pensé es.. "Uruguayo? que no era argentino?" en fin. Siempre se van los mejores (nah, mentira, lo que pasa es que a los peores no se los echa de menos)
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05-19-2009, 12:35 PM | #445 |
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La noticia toco mi corazon en lo mas profundo de mis fibras, se nos murio otro grande!!, pero nos dejo su legado, aquello que lo Inmortalizara para siempre, nos dejo sus versos, sus lineas, todo lo que fue, es y sera quedaron en sus escritos, y a ellos volvere cada vez que sienta que el mundo perdio su razon, su pureza.
Lo dije ya una vez en este foro Benedetti robo mi corazon con este Poema: Corazon Coraza Porque te tengo y no porque te pienso porque la noche está de ojos abiertos porque la noche pasa y digo amor porque has venido a recoger tu imagen y eres mejor que todas tus imágenes porque eres linda desde el pie hasta el alma porque eres buena desde el alma a mí porque te escondes dulce en el orgullo pequeña y dulce corazón coraza porque eres mía porque no eres mía porque te miro y muero y peor que muero si no te miro amor si no te miro porque tú siempre existes dondequiera pero existes mejor donde te quiero porque tu boca es sangre y tienes frío tengo que amarte amor tengo que amarte aunque esta herida duela como dos aunque te busque y no te encuentre y aunque la noche pase y yo te tenga y no.
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05-27-2009, 11:30 PM | #446 |
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Tras bastidores.
A mis compañeros de Café, a los que se fueron, y a los que están. A los ignotos lectores. A mí. Rueda por el roído tablado una brillante moneda plateada. Da a parar a los pies del pelilargo, idealista de orgullosas ideas revolucionarias y agitadoras. El hombre de gesto adusto, pero de trato amable, con el temple de su carácter, y el detesto que siente por aquella vil aleación, se agacha para recogerla seguro, sin titubeo. Risueño, se zambulle en su ensueño de libertad. En su incursión al suelo, la toma sin dejar de contemplarla. Alcanza a cerrar la mano, cuando pasa por allí el bohemio trotamundos de la vida, quien estuvo a punto de pisarle los dedos. Moviéndose de aquí hacia allá, se desliza taciturno, casi inadvertido, cual alma en pena, buscando una paz que espera pronto llegue. Teme ser uno más en la búsqueda de un lugar. Teme ser uno de los tantos que al encontrarlo, lo pierde. Agita el aire frente la joven niña, quien arrastra una pesada silla. No acepta la ayuda de nadie. La firmeza de sus palabras no condice con la tesura de su rostro. Menos aún con el temple de sus determinaciones. Se sienta y da cuerda a una cajita musical, la cual dispone sobre su regazo. La tímida musiquita describe trazos en el aire, contagiando nostalgias y cautivando incertidumbres. Juega con una pluma, la cual acaricia su mentón. Sin saberlo, añora comprender y realizarse, y apiadándose de la plumita, la sopla. Flota por el aire, bailando al ritmo de la música. Vuela alegremente hacia la ventana creyendo ser libre. Pierde su altura y se poza sobre el hombro de la dama que yace hacia un costado, ya dispuesta a entrar en escena. La mujer bonita termina de arreglarse, casi sin hacerlo. Simple y bella, se sienta y cruza las piernas, procurando ser una más. Su apariencia no es más que la increíble vidriera de algo inalcanzable. La ironía de ver y tener a un palmo, lo que no se puede arrebatar, por algo tan delgado y tan frágil como un fino cristal. Por dentro arrastra tantas marcas que podrían desfigurar a cualquiera, pero ella no deja que afloren de esa manera. Iluminando todo a su paso, se transforma en un arma de doble filo, que deja un inexorable cono de sombra cuando voltea. Intenta abarcarlo todo, pues teme quedar sola. Se sienta e ilumina al solitario joven, quien parece presuntuoso y sociable en los ensayos, pero titubea cuando la dama le dirige la palabra, y prefiere ir tras bastidores, tomando distancia. Decide inspeccionar qué ocurre con las luces. Va solo, porque así lo prefiere. Nos parecemos mucho. Lo entiendo. Estará bien así, más no sea por un tiempo. Huye del dolor. Huye de lo que puedan darle. Volverá solo, cuando se encuentre más fuerte. Situado casi en el centro del mundo, y si en el de atención, El idealista habla hasta por los codos para quien quiera escucharlo. La niña, la dama y el alma lo siguen con copiosa atención. Casi estudiándolo. Dejándose llevar por la fluidez del relator, que de esto sabe. Les describe mundos y hazañas con la elocuencia de un juglar del nuevo milenio, y la impronta de un clásico. Tiene el don de decir lo que piensa y hacer lo que dice. La niña escucha con atención. Silla de por medio, el espectro no se halla cómodo y vuelve a ponerse de pie. No encuentra paz ni confort en esas rústicas sillas de madera obscura. Con un disimulado crujido del maltrecho lugar, está más predispuesto a emprender la retirada que quedarse aquí, a ver qué ocurre. Se sirve un trago de la mesita en la que estoy apoyado. Por un instante su mirada se posa en mí. Sonríe. Me da un guiño de aprobación y estima. Veo a través de sus ojos un gesto de paz y dolor que me cuesta descifrar. Se da media vuelta y se topa con la dama. El tiempo se detiene en ese instante. Todos permanecen inmóviles. Nadie puede reaccionar. Las extremidades no responden. La concentración es nula, la respiración dificultosa. No sé si alcanzaron a mirarse en ese eterno segundo, pero juraría que veo salir el vapor de aire de los cuerpos en cada uno de los presentes. El espectro soñador, iluminado y apesadumbrado suspira, y se posa más allá. Pareciera eludir el haz de luz. Le alcanza una copa al idealista, y se retira hacia una silla lejana, cerrando los ojos, procurando desaparecer. Procurando que todos los hagamos, o que al menos alguien lo haga. Una somnolienta fragancia llega a acariciarme antes que logre recuperar la respiración. Ella se detiene frente a mí, y me encandila cual si fuera a atropellarme o pretendiera hipnotizar mi entendimiento y nublarlo para siempre. Me sonríe, derritiendo un pedacito del frío que me gobierna. Ilumina mi traje de hampón gris, sucio y desalineado. Se próxima demasiado. La fragancia es más fuerte. Roza mi cintura casi abrazándome al tomar un vaso que se encuentra detrás mío, sobre la mesa. Me besa en la mejilla. Huelo el narcoléptico perfume de su cuello y, extasiado, no logro entender qué me susurra al oído. Algo así como un “no te rindas”, o tal vez eso quise escuchar. En eso, las luces se apagan completamente, a excepción de las de emergencia, que señalaban una única salida, la cual se encuentra muy lejos, muy difícil. Un destello hay en los ojos de esa muchacha. Ese instante en el que intento retenerla tomándola por las muñecas. Un soplo de su boca detiene todo a su paso. Un instante en el que me pierdo en esa eterna mirada. Donde alcanzo a ver la soledad que se esconde tras sus ojos. Un “perdón” se oye detrás del escenario. Arrojo mi brazo hacia delante, y abanico al aire. El joven solitario recompuso la iluminación, tanto o más tenue y sombría que antes, y me encuentro allí, aún de pie, con el brazo extendido y las pupilas dilatadas. Ella ya se había apartado. Todos se sentaron. Unos más cómodos que otros. A sus anchas o a sus angustias, todos comparten esa ronda. Todos menos yo. El único que no siente nada. Aún los miro desde el borde del escenario. No espero una invitación. Hay una silla para mí, o al menos así lo creo. Los observo como lo hice hacía tantas noches atrás. Todos conversan, pero sobre todo se miran. Se leen y analizan esas miradas como ajedrecistas sin reloj. Sin voluntad de detener el tiempo. Imposibilitados de adelantarlo y ejercer la diáspora a la salida distante. Incapaces de retrocederlo y nunca haber llegado allí. Reparo en la sala vacía. Una insípida audiencia, me indica que no deben estar allí en ese momento. Esta es una reunión del reparto, como las que se dan en el escenario de cualquier teatro municipal. Sin embargo, había diseminados algunos espectadores y extras. Una cuchara en el piso. Una bóveda rasgada. El goteo de la canilla y las filtraciones de humedad en la pared, indican que hay que cambiar el cuerito. Al alzar la vista, el hombre de la última fila, sale por la puerta trasera. Confío que volverá a terminar lo que empezó. En la primer fila, una dama sentada en silencio, con un saco rojo, contempla la escena. Ríe y llora. Sonríe y se frustra con lo que le transmiten esos sujetos. La emocional muchacha lleva un pañuelito de puntilla blanca en la mano derecha. Ajenos a mi ausencia y mi distancia, bajo del escenario para ver una vez más a todos como en un principio. Me siento junto a ella. No se inmuta. Enciendo un cigarrillo y me mira con desdén. -Mi escena –dije- debo subir. -Lo lamento -respondió ella, y se marcha. Confundido, subo al escenario, más obscuro, más marrón gastado, y más lejano y pesado que nunca. -¿Y ahora?, me pregunta la niña, dando cuerda a la cajita musical. -No lo sé – replico con mi oxidada fórmula. Miro al idealista y le pido mi moneda. Tengo que decidir qué hacer a continuación.
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Armestt, Brujo Eterno de las Sombras de Alsius Et certe cuiusque rei potissima pars, principium est. [Gaius; Digestorum L. I; T. II; 1] Last edited by armestt; 05-28-2009 at 01:13 AM. |
05-28-2009, 03:00 AM | #447 |
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Acaso no estan sobrevaluados el "amor", el "odio", la "felicidad", el "dolor"...
O es en relidad la telaraña que los entrelaza la que los magnifica y los convierte en relevantes?... Esa telaraña creada por nosotros mismos, para luego ir a ocupar el puesto de insectos... Llegar a la simplicidad es sumamente complejo, y complicar las cosas es sumamente simple... Protagonistas de sus propias vidas, que uilizan el papel y la tinta tomados de la nada escribiendo con tinta de luz, como escuche en alguna canción.. P.D: No es nada para analizar solo es algo que se me vino a la cabeza nomas luego de colgarme pispeando este post |
05-28-2009, 06:54 AM | #448 | ||
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05-28-2009, 06:57 AM | #449 |
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Sobre El Escenario A vos, que estás leyendo. Le dedico una última mirada y se la devuelvo. Odio que los billetes no puedan rodar. ¿Cuantos encendedores debería gastar para derretir una moneda? Demasiados. Y el tiempo -continuo e inabarcable- se percibe escaso. Tirano, dicen algunos ahí afuera. -Señores-les digo, de pie en el centro-es hora de volver a empezar. Sí. Es hora de renacer, entre símbolos y significados, entre relatos y versos. Debo prepararme. Es muy distinto todo a aquella vez, cuando, solitario, decidí dar el primer paso y narrar la primera historia. Palpo mi pecho. Tomo mi pulso. Se siente extraño. Mis latidos son demasiado uniformes. ¿Será que mi corazón no está roto? Carraspeo antes de abrir la boca y los examino a todos una última vez. Mi público. De un modo u otro, todos son mis amigos. El fantasma, mitad del dueto de la primera página, me mira con complicidad. Le hago una seña. Se cruza de brazos. Conozco esa expresión. Sé lo que se aproxima. Atrás, entre las sombras, muy a gusto, el chico solitario mueve una mesa. Sé que está leyendo mis pensamientos. A mi izquierda la niña me mira. No dice nada; dice demasiado. Espero que le guste la inminente verborragia que ha de sacudir los cimientos del Teatro De La Humana Tragedia. A mi derecha la belleza de la dama ilumina el lugar. Mis tinieblas retroceden. Me pregunto quien ganará la pulseada. ¿Su optimismo será más fuerte? Atrás, en las plateas, algunos vienen. Nadie va. Todos saben bien sentarse a lo lejos, donde se ve y escucha, pero donde nadie puede notar su presencia. Sé que cuando quieran serán protagonistas y no meros espectadores. Sin embargo, desde el comienzo mi atención ha estado depositada en el tipo de la moneda. Algo me inquieta. -Aguarden-digo a los presentes. Me paro y me dirijo a él. -Acompañame-murmuro. Camina a mi lado unos pasos. -Hace un tiempo les conté una historia. -Vos siempre contás historias-replica, con la mirada perdida en el vil metal. -Sí. A eso me dedico. Pero esta es bastante particular, camarada. -¿Otra vez el diablo? -Quizás. Les hablé sobre dos personas que conozco. Una de esas, ella, vino a reclamarme hace un tiempo. -¿Por contarnos esa historia? -Por eso y un poco más. Me dio un ultimátum. Le regalé la razón. Si me reclamaba el alma, también se la regalaba. -¿Por qué? -¡Para que cerrara la boca de una buena vez! -¿Valió la pena?-me pregunta, paseando la mirada de la moneda hacia mí. -Por supuesto. Lo haría de nuevo una y mil veces más, sin dudarlo ni un segundo. Porque saboreé cada palabra, porque me desahogué en su momento, porque fue divertido, pero, por sobre todo, porque ahí queda un testimonio de lo ocurrido; queda un testimonio de mi paso por este mundo, de lo que viví y experimenté, de lo que escuché y de lo que me contaron. Silencio. Él no dice nada, así que remato, una vez más, mi propia broma. -Porque ese es nuestro deber, el deber de quienes sueñan por los demás. Me sonríe. Saca un atado y me ofrece uno. Los encendemos. Miro al escenario. El chico solitario, el fantasma, la niña y la dama aguardan. Contemplo las plateas. Poco a poco se acercan nuevos rostros. -¿Nuevos miembros para el reparto?-me pregunta. -No lo sé. No vine a decirles como terminará esta historia, sólo a decirles como empieza. -Esa frase... me recuerda una película sobre sueños y héroes, sobre sistemas y caídas. No respondo. Está aprendiendo los sinuosos caminos de la inspiración. No voy a interrumpirlo. Entre las sombras, en una distante butaca, la veo. No dice nada -creo que nunca lo hará- pero sé que está ahí, es presente, asiste a la función, porque es hoy. Me regala un guiño complice. Y por una vez en la noche sonrío. Pero no a la totalidad del público ni al resto del reparto. Esa sonrisa es para ella y sólo para ella. Nadie más la tendrá, porque ni siquiera me pertenece. Es suya. ¿Como podría ser de otra manera si ella la creó? Subo lentamente al escenario. Retomo mi lugar al centro, el que elegí cuando descubrí el lugar, vacío, ajeno al mundo, y, una vez más, los contemplo. El fantasma, el solitario, la niña y la dama. El tipo de la moneda se aproxima y ocupa su silla. Me miran. Los miro. -¿Comenzamos de nuevo?-pregunta el fantasma. -A eso vine-responde la dama. Miro hacia la platea. Entre los anónimos rostros de los espectadores, en la oscuridad, encuentro otra vez esa presencia y mi corazón, ahora sano por completo con toda seguridad, late al compás del universo. -¿Pero desde donde empezamos?-pregunta el solitario. -Desde el principio-responde la niña. -Contá como empezó el universo-grita, prepotente, un espectador. -Hablame sobre el jardín del edén-dice la mujer del abrigo rojo en la primera fila. -Yo quiero un cuento sobre princesas y dragones, caballeros y espadas-informa un crío. -Vine a ver una obra sobre un hombre solitario y su dolor-afirma alguien más. Un estruendo escénico, una llamada de atención al público. “Silencio, vinieron a oír”, gritan las paredes del edificio. Las pocas luces laterales culminan su agonía. El éxtasis de las tinieblas todo lo cubre. La ceguera se adueña de los presentes por una fracción de segundo. Luego un reflector me ilumina y me ciega, me potencia, una segunda vez. Cuando me acostumbro de nuevo al lugar que ocupo sé que todo debe ocurrir. Hay que empezar. -La gente se impacienta. Hacé tu gracia, contanos una historia-me dice el tipo de la moneda. Enciendo un cigarrillo y decido volver al comienzo. Entonces hablo: -Están dos tipos en un bar...
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Last edited by MalditoLobo; 05-28-2009 at 08:13 AM. |
05-29-2009, 01:31 AM | #450 |
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La puesta en escena A ustedes, A nosotros, A todos. -Están dos tipos en un bar… - prosigue el idealista, dirigiéndose a la audiencia inherente. Todos callan para prestarle minuciosa atención. El joven solitario improvisa, entonces, unas líneas acompañándolo en el discurso. Los ignotos espectadores se esfuerzan por comprender la trama, aunque muchos se pierden en las mismas palabras. Yo, a un costado, repaso los versos escritos de un día apesadumbrado, esperando a que sea mi turno de compartirlo con los presentes y los olvidados. El espectro me recuerda que debo soltar los nervios, tendiendo su mano sobre mi hombro. Intenta reconfortarme, pero es inútil cuando las ansias me invaden y no dejan concentrarme. Da un paso al frente, una vez retirados los primeros. Departe lo primero que surge desde su pecho. Con la mirada clavada en el espectro, la dama inicia su parlamento. Y ya sólo es cuestión de tiempo… Un poco de melodías para sosegarme en el ambiente. Continúan atentos los crédulos y los pretendientes. Rueda hacia mí esa brillante moneda. ¿La conozco? Me pareció haberla visto antes… -Pues, eras tú su demandante. -Sí, lo lamento, no era mi intención preocuparte – me dice el tipo de la moneda. -Comienza a decaer la armonía de mi cajita, le daré más cuerda… Mientras el espectro y la dama interpretan aún la nueva escena, todos aquí los observamos ignaros. Queriendo comprender lo incompresible. Pretendiendo ocultar nuestras narices. Pero mi pálpito me desorbita y sólo oigo la musiquita. Éste es mi turno. Firmemente comienzo mi parlamento, aunque aún tengo miedo. Verso, tras verso; se disponen a oírme atentamente, como si tuviera algo bueno que contar. Creo que todos han ido con pocas expectativas sobre mí, por eso algo les sorprendí. Mi velo de color rosa distrae hasta al más adusto de los espectadores de allí. -La niña - comienzan a decir… Con desasosiego aún en mi garganta, se aventura aquel tipo de la moneda, a ver qué resulta. Simula llevar un saco gris. Pesado. Muy pesado para él. Afirma con toda fuerza que el saco se encuentra allí, ocultando su simpleza. Le refuto con sutileza que no tiene razón, que no es más que su pensamiento que juega con su entendimiento. Él se excusa nuevamente. Y la dama le da una suave palmada, un empujoncito con su mirada. El idealista, el solitario y el espectro; esperan su discurso. Yo pretendo quedarme con la dama, pero me intimidan sus palabras y me refugio con aquel grupo. Estamos ansiosos por ver qué nos trae el tipo de la moneda. Mas, no sé si alguien padeció tanto como yo, puesto que me quedé boquiabierta. Sus verdades eran muy distintas a las mías. El idealista y el espectro intentaron explicarme que existían otros mundos en los que no debía entrometerme ni intentar refutarle. Me resigné, entonces. Y aunque juro no quedarme despierta, prometo también abrirle los ojos a otro mundo. Se oyen algunos aplausos para concluir el espectáculo. Una vez el telón bajo, dialogamos…: -Ésta ha sido una buena noche – les digo animándolos a continuar con el encargo-. Mañana veremos en los diarios algún que otro comentario… -No te esmeres demasiado en especular, niña- me indica el tipo apesadumbrado. -Yo sólo espero que lo hayan disfrutado- se expresa el joven solitario. -A mí me ha gustado- agrega, entonces, la dama. -Veremos- continúo el espectro. -Gracias a todos- retribuye el idealista, mirándonos con orgullo y consuelo. Mañana será otro día, en el Teatro de La Humana Tragedia; donde la sinceridad de lo sufridos dará fruto a un nuevo espectáculo, digno de aplausos de los ignotos. Las esperanzas de recomenzar nacerán de una flor del desierto, queriendo alentar a todo aquel que sufra algún duelo. Las más simples palabras no sucumbirán ante ninguna mirada, demostrando la profundidad del sentimiento perteneciente a un joven ermitaño. En cada cristal se reflejará aquel espectro perdido entre la humanidad, dejando por fin de derramar las penurias de una insustancialidad. Nuevas ideas surgirán del más abierto idealista, buscando la libertad. El tono gris por fin se desvanecerá del cielo, acurrucando un nuevo esmero e idealizándose con los más tiernos ensueños. El velo rosa, permanecerá en un cajón, siendo reemplazado por un simple Yo. Subyugan, así, nuestras vistas a los apartados más adustos, esquivos, ciegos y vacíos seres atolondrados. Mañana será otro día…
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Inexperta al atake
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