07-31-2010, 09:01 AM | #741 |
Master
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Algo nuevo, algo viejo.
Para el que le interese, acabo de liberar mi cuarto libro PALABRAS ENCONTRADAS, una recopilación de cuentos y demás boludeces. Casi todo es viejo, seguro ya lo vieron, pero necesitaba sacar del placard tantos muertos que tenía acumulados. Además, incluye FINAL FELIZ, un texto escrito para la ocasión. Si alguien lo quiere, está en: http://www.unamaldicion.com.ar/2010/...ejo-libro.html
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08-31-2010, 07:49 PM | #742 |
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LOS DONES DE LA OSCURIDAD
Capítulo I: Fantasma –Ella sabía que iba a morir pronto –dice la mujer mientras las lágrimas surcan su rostro. –¿Qué te hace pensar eso? –pregunta Cero, con voz suave, respetuosa. –El día que... lo supimos, encontré una nota. No está firmada, pero es su letra. –¿Qué dice? –“No me extrañen. Los adoro” –la mujer baja la vista al pronunciar las palabras. –Comprendo. –Pero eso no es todo. Al día siguiente encontré otra. Y luego, dos más. No ha pasado un día sin que encuentre una nota para nosotros. Para sus hermanos. Para sus amigos. Por eso te llamé. –¿Dejó algo para mí? –Sí. –¿Puedo verla? La mujer asiente. Se incorpora y camina hasta una estantería del comedor en el que están. Toma una caja de cartón que alguna vez fuera el envoltorio original de algún calzado y examina el contenido, varias esquelas de papel. Hace un gesto de satisfacción al encontrar la que buscaba. Se la extiende al joven, quien la toma. Él duda por un segundo. Quizás es algo íntimo, sólo para él, y por eso debiera leerlo en voz baja. Pero sea lo que sea, la madre de la chica lo leyó antes. No tiene sentido guardar el secreto. Carraspea. –Cero... mi último amor fugaz... si alguien podría haber evitado esto ese sos vos. Pero te eché de mi vida. No puedo culparte. Mi último momento de felicidad -pura, verdadera- fue a tu lado. No tiene por qué significar algo para vos. Pero para mí el recuerdo lo es todo. Sólo eso queda. Hasta siempre –concluye la lectura. –No es tu culpa... –Lo tengo claro –responde él. –Pero hubiese querido que estuvieras acá para ella. –El asunto con tu hija nunca fue demasiado serio. Lo sabés. Y a vos tampoco te gusté nunca. –No. Nunca me gustaste. Odio a la gente sin un nombre de verdad, como vos, que no te conozco el apellido. Y definitivamente en tu DNI no debe decir Cero. No me gustás ahora, tampoco. Ni me gustaron la mayoría de los novios que le conocí. Pero a ella le importaste. Sos la única pareja, si así se te puede llamar, a la que le dejó una nota. Y lo que dice... –Sí. Sé lo que dice. –Vos podrías haberla salvado. –¿Cómo? ¿Y de qué? –De lo que sea que terminó con su vida. Vos sabés como estaba el cuerpo cuando... –Unos amigos en común me lo explicaron. –¿Y no te importa? –pregunta, dolida, la mujer. La indiferencia en la voz del joven la enerva. –Sí me importa. Pero ella y yo terminamos hace dos años. Y durante quince meses no tuve ninguna noticia de su parte. Hasta... esto. Me duele, sí, pero dejó de ser parte de mi vida cuando me dejó por otro; cuando se fue con uno que decía ser mi amigo. –No sabía eso –dice la mujer. –Es lo que pasó –sentencia Cero y cruza los brazos sobre el pecho. –Cuando terminó con vos fue cuando comenzó a cambiar. La ropa, las amistades, todo fue distinto desde entonces. Su vida se transformó de modo gradual. Vos me desagradás. Pero los que vinieron después... me daban ganas de vomitar. –¿Los trajo acá? –Sólo a uno. Era como vos, pero peor. Tampoco tenía nombre, sólo un apodo raro. Al resto de sus nuevas “amistades” las vi en la calle. –Apodo... –murmura Cero. –¿Qué? –¿No sabés cual era el apodo? –No. –¿Y el tipo cómo era? –¿Físicamente –Sí. –Alto, de tu estatura. Robusto. Tez oscura. Pelo corto. Muy corto. Tatuaje en el brazo derecho. –¿Qué tenía tatuado? –Una vívora. –¿Roja, desde el antebrazo hasta la muñeca? –Sí. –Gurdjieff. –¡Eso! –exclama la mujer al reconocer el término. Cero suspira con enorme tristeza. Él los presentó. Apoya los codos en las rodillas y deposita el rostro sobre las palmas de las manos. Se toma un segundo para ordenar sus ideas. Es demasiado. Intenta no detenerse en los quizás ni en los tal vez. Ella está muerta y nada va a cambiar eso. –¿Qué pasa? –pregunta la mujer. –Nada –responde él y se pone de pie. –¿Qué te dijo la policía? –Que se van a comunicar en cuanto tengan novedades. –Típico. Creo que voy a investigar esto por mi cuenta. –¿Qué? –Voy a buscar al responsable. –¿Vos? –Sí. –Nunca fuiste muy normal vos. –No es novedad. Alguien tiene que hacerlo. –La policía... –La policía está compuesta por un manojo de ineptos. No encontrarían la torre Eiffel en medio de París –interrumpe él. La mujer no responde. Perdió una hija y ese hombre no pretende consolarla. De todas formas, intuye que sus intenciones son benignas. Y quizás descubra algo. –Me voy. ¿Puedo llevarme la nota? –Sí... –afirma la mujer tras una duda. Él guarda la esquela en un bolsillo y se despide con un gesto. No espera que lo acompañe a la puerta, conoce el camino y prefiere caminar solo. Tampoco a él le gusta esa mujer. Una vez en la calle medita sobre los hechos. Sabe que el cuerpo de Vanina fue encontrado sin vida, violado y ultrajado, una semana atrás. Ella desapareció tres meses antes, pero según la autopsia había muerto pocas horas antes del descubrimiento. Tenía una serie de tatuajes nuevos que pudo haberse realizado, sin coacción mediante, durante el lapso en que su paradero fue desconocido. Además, había cientos de marcas de cigarrillo en su piel que podían, o no, ser autoinflingidos. El caso era un verdadero misterio. Tal vez existieran pruebas en la escena del crimen, pero lo cierto, y él lo sabe muy bien, es que los forenses no van a investigar nada. Para ellos se trata sólo de otra puta muerta en la enorme e inhumana ciudad. No vale llegar tarde a cenar. Sí. Otra puta muerta. Seis atrás supo que Vanina se prostituía en la zona del puerto. Le sorprendió. Sintió curiosidad. Incluso quiso ir a verla. Rondó las dársenas y los bares aledaños, pero jamás la vio. Eso resultó un alivio. No sabe qué le hubiese dicho de haberla encontrado. Le molestaba. Con seguridad era una exageración, pero la gente le había dicho que se la podía conseguir por un atado de cigarrillos. A veces por menos. ¿Dónde quedó esa chica dulce y alocada que compartió un breve, pero intenso, período de su vida? Quizás la madre tiene razón; quizás era otra persona al final. Y Gurdjieff. Un cabrón malparido, un manipulador de poca monta que vivía de las mujeres. Se conocieron muchos años antes, cuando era sólo un cabrón. Había leído unos cuantos libros de esoterismo y convirtió esas ficciones en su fuente de acceso carnal al sexo opuesto. Vanina era una persona muy influenciable. Un poco de humo y algunos espejos bastarían para convencerla de estar atestiguando magia real. ¿Y luego? Cero enciende un cigarrillo. Sabe muy bien donde comenzar su búsqueda de una respuesta. Gurdjieff frecuentaba un círculo de lectura liderado por una tarotista, un grupo de estafadores de cuarta categoría. Será un buen punto de partida. Palpa la esquela en el bolsillo. Decide sacarla. Relee. Recuerda de pronto algo que escuchó cuando era sólo un crío. Escribir es telepatía. Es enviar una idea, de una mente a otra, a través del tiempo y el espacio. Tarde llegó a él el SOS de Vanina. Tarde para salvarla y tarde para las lágrimas. Pero quizás a tiempo para hallar la verdad. Los bellos en su nuca se erizan. –Espectro –murmura. Sin nada de esotérico de por medio, la chica se ha transformado en una aparecida, en un ánima errante, que vuelve en palabras garabateadas en trozos de papel, en ideas, en avalanchas de recuerdos y olvidos, de ausencias y anécdotas. Todo lo que fue está perdido para siempre; todo lo que fue, perdura en los ingenuos anhelos de eternidad de quienes la conocieron. No la amó. Sólo fue una agradable compañía. Pero va a descubrir qué fue lo que ocurrió con ella porque su espíritu se ha presentado ante él y, con seguridad, lo acosará disfrazado de notas en la casa de su madre, de pesadillas, de canciones y aromas, hasta que la tarea esté cumplida. Guarda el papel. Camina decidido desde el final de la historia hacia el comienzo. Porque un fantasma lo acosa. Y él, sin saberlo, acosa también al fantasma. --------------- Los Dones de la Oscuridad es una novela online, se publicarán dos o tres capítulos por semana en mi blog. Existe un recopilatorio de lo publicado, en ESTE ENLACE. Y un espacio en facebook para las actualizaciones.
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09-01-2010, 12:19 AM | #743 |
Duke
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Muy bueno, Lobo. Oscuro, como era de esperarse, pero sin gore. Me gusta tu estilo.
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09-11-2010, 03:34 AM | #744 |
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Acabo de leer ese capítulo y cada vez que recuerdo lo que leí, lo admiro más. Me gustó, de verdad.
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Earwin Spellstrike - Prisioneros del Lag
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09-11-2010, 05:06 AM | #745 |
Count
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me alegro que revivieras, es lindo este hilo.
El Pibe. ella llegó a su casa y el estaba sentado en una silla, un pie en el piso y el otro sobre la silla, de modo que su cabeza se apollaba en la rodilla. la mujer le pregunto cuando volveria a salir a la Luz, fuera de sus sombras. el muchacho la observo con sus ojos muertos, totalmente absortos en su mente. la mujer le pregunta, mientras busca algo en su bolso, si está bien. el atina a contestar, ligeramente exasperado, "but she want's to be sure" ella, acostumbrada al modo de hablar del pibe no le da mucha importancia y le pregunta que va a hacer hasta la vuelta de ella, una semana mas tarde, y entonc me quede sin inspiracion -.-
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09-11-2010, 05:18 AM | #746 | |
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Abrazo!
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09-21-2010, 01:53 AM | #747 |
Pledge
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Buenas queridos y estimados compañeros.
Siento una profunda tristeza, vergüenza y nostalgia de pasar por aquí. Sobre todo por haberme ausentado tanto tiempo, sin siquiera estar desde el exilio. Luego de un extenso período sin poder hilvanar dos oraciones de corridos, les vengo a dejar (a pedido de Angy), el último relato que tengo hecho, del mismo tenor estéril que los anteriores. Intentaré pasearme más seguido por aquí. @Diego: bajé tu último libro (el que perdió.... jaja... me dio mucha gracia eso). Si me autorizás a reproducirlo (hacer una impresión), lo leeré. @Nanu: me pusiste en una incertidumbre... A continuación.... "La Plaza" (perdón el doble post)
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09-21-2010, 01:54 AM | #748 |
Pledge
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La Plaza. La pequeña niña iba de la mano de su madre. Ambas llegaron a la plaza dónde años atrás la señora había crecido entre los juegos, las tardes de pochoclo y las manzanas cubiertas de un grueso caramelo. La niña, abría los ojos grandes como platos, maravillada, tratando de absorber todo cuanto se encontraba a su alrededor. La madre, por el contrario, los entrecerraba por el viento de aquella tarde de abril. Los cerraba finalmente del todo en un oscuro rosa pálido añejado, recordando sus jóvenes tardes en aquel lugar. -¿Qué es eso? –inquirió súbitamente la pequeña, interrumpiendo el recuerdo de las tardes tomada de las manos, meciéndose en las hamacas. -¿Qué cosa? –preguntó la señora. -Eso de ahí –señalando un sube y baja. -Eso Mica, es la inconsistencia de la vida. La niña siguió observando maravillada sin reparar en la respuesta de su madre, a aquellas extrañas tablas que, balanceadas en el centro, conducían hacia sus extremos unos fierros. En ese instante, unos niños corrieron hacia el apasionante juego que Mica, no lograba descifrar cómo funcionaba. De repente comprendió, ambos sujetos se sentaban en los extremos opuestos de la tabla, procurando agarrarse de esos fierros. Entonces, dando un brinco del suelo, se impulsaban unos a otros, subiendo y bajando, arriba y abajo, cielo y suelo. -¿Ves? –dijo la madre, retomando su respuesta- este juego te demuestra las intermitencias en la vida de las personas. Este juego es eso. En un momento, con un pequeño esfuerzo, puedes estar eufórico en la cima de todo, al instante siguiente, sin siquiera proponértelo, ser arrebatado de tu pedestal, y caer al fango. Mira la cara de exaltación de la niña que se suspende en el aire –le dijo la madre señalando a la pequeña de trencitas. Ahora quiero que observes el rostro del chico. Mira la malicia en su rostro cuando toma impulso para arrebatarle a ella el lugar que ocupaba anteriormente. Pero, como es más pesado, tiende a caer nuevamente. Observa por un rato, y verás la más dura de las ironías de la vida. Efectivamente. Al cabo de un rato, el juego desencadenó en el más habitual de sus desenlaces. El muchachito, cansado de impulsarse con fuerza y no permanecer en el aire más que escasos segundos, decidió permanecer en el suelo. Yacía así, con la tabla próxima al suelo, con los talones bien afirmados sobre la horizontal, con las piernas extendidas, observando el roído parche de su rodilla. La niña, de un momento a otro desdibujó su sonrisa en un garabatoso llanto. La exaltación de encontrarse en la gloria de las alturas se convirtió en la penuria de estar atrapada en la bóveda del infinito. Aquello que hacía a uno feliz y exuberante, triunfador en aquel juego, aquel valor que era alcanzado por escasos segundos por unos pocos virtuosos, pasó a convertirse en una penuria impuesta por un vil envidioso. Y tal fue así, que la niña no deseaba otra cosa más que bajarse de esa horrible cárcel de suspensión que le había sido impuesta. No era solo el vértigo. No era sólo la crueldad y la indiferencia de su compañerito de juego. Caer desde ese increíble abismo de un metro y medio, que la mantenía alejada de la serenidad y seguridad del suelo, no era lo que aterraba a la joven de trencitas. Lo que la angustiaba era la soledad. La abrumaba la sensación de permanecer allí, suspendida en el espacio y el tiempo por siempre y sola. Al cabo de un rato de contemplar la situación, Mica, sin apartar los ojos de tan desgarradora escena, tiró de la ceñida falda de su madre. -¿Y si voy a hacerle compañía? -Ya es tarde –replico con tristeza la madre. -Pero si le hago compañía no se va a aburrir –replicó esperanzada la pequeña. -No hija. Ya es tarde. Esa pequeña se ha quemado. Supo lo que es perder. Comprendió lo que es ganar. Y también se dio cuenta que la una sin la otra no es nada. Y lo que es peor: Se ha dado cuenta que ni una ni otra, son siempre lo que parecen. Mica hizo una mueca y apartó la vista. Quiso seguir explorando, pues comprendió que nada podía hacer por la pequeña de trencitas. Su reciente tristeza se vio inmediatamente superada por un extraño y monumental artefacto que se erguía un tanto más allá del cajón de arena. -¿Qué es eso? Replicó la niña. -Eso, hija mía, es un Tobogán. -¿Un tobo qué? –repreguntó Mica con jocosa dificultad. -Un Tobogán –respondió resuelta la madre. -¿Y cómo funciona? -Es tan complejo como la vida misma. Verás. ¿Ves aquel niño gordo de remera a rayitas? -Si –respondió de inmediato la pequeña de florecillas con interés. -Bueno, con mucho esfuerzo el va a subir esos peldaños. ¿Ves? Mira como le cuesta. En ese instante, el gordito de rayitas, paso a paso y con mucho trabajo va subiendo. Hace una pausa para recobrar el aliento y sigue. Finalmente se encuentra en la cima. Contempla majestuoso el paisaje. Por un instante posa su mirada en todo el parque. Ve a un grupo de muchachitos atravesar todo el pasamanos de un tirón, las competencias de saltos en las hamacas, incluso ve a la niña de trencitas. Aparta súbitamente su mirada de allí. Luego, ve la pendiente que tiene enfrente. Se abruma. Se sobresalta. Es un paso difícil. Caerá de la cima. Alguien de atrás le grita para que salga. Su momento ha pasado. Alguien más quiere tomar su lugar. Debe apurarse. Lo empujan. El niño se desliza, una sonrisa que se va modificando a lo largo de su veloz descenso. El fín. Los pies en la tierra. El fin del sueño. El comienzo de todo, otra vez. Al finalizar la escena, la madre vuelve a decirle a Mica: -También puede hacerse el camino al revés. Algunos a los resbalones, intentan subir por el otro lado. Es más sencillo y más divertido, pero mirá qué les ocurre hacia el final del recorrido. En ese instante, el niño orejón que había sometido a la pequeña de trencitas, corrió por la rampa del tobogán, y al finalizar el recorrido, siguió de largo, cayendo abruptamente, y dando súbitamente con el suelo. Un enorme chichón, gritos desesperados de una señora de rulos y orejona como el niño irrumpieron con habitual bullicio de una plaza una soleada tarde de abril. ¿El motivo? El pequeño orejón con los ojos rojos hinchados por las lágrimas, con un prominente chichón en la cabeza, el codo y rodillas raspadas. La mirada preocupada de otras madres, los comentarios bajos, la mirada atenta de Mica, la mofa del gordito de rayitas y una mueca en la pequeña de trencitas. Mientras tanto, contemplando el caótico cuadro, Mica no soltaba la mano de su madre. La señora de rulos reconfortó al pequeño hasta que logró tranquilizarlo. Finalmente, Mica volvió en sí, y preguntó a su madre: -¿Qué es esa cosa? -Un carrusel –respondió con nostalgia la madre. -Parece aburrido –replicó la pequeña. -Es un viaje de ida que se repite constantemente –dijo la madre con la voz esperanzada. -¿Puedo ir a jugar? Dijo de repente la pequeña, quien ya se había soltado de la mano de su madre. -Por supuesto, a eso vinimos –dijo la madre con un desgarrado entusiasmo. -¿Vos vas a jugar también? –preguntó esta vez la pequeña de florecillas a su madre, viéndola como una eventual compañerita de juegos. -Claro –dijo la madre reparando en la pequeña. Pero elegí, andá a donde quieras. La niña corrió junto a la pequeña de trencitas. Casi olvidando lo antes ocurrido. La pequeña quería experimentar lo que había incorporado de su reciente vivencia, sometiendo a alguien más. Mica ansiaba por saber que se sentía darle balance a las cosas. Se subió junto a la muchachita que aún permanecía junto al juego, casi invitándola a acompañarla. Las niñas subieron y se merecieron, hasta quedar juntas sentaditas en la horizontal. Una haciendo fuerza por caer, la otra por mantenerse estable. Ninguna alcanzaba el suelo para darle una patada que las pusiera por los aires, alejándolas del mundo. Ninguna lograba romper con la monotonía. Arrojaban desesperadas pataditas al aire sin éxito. Movían incansablemente los piecitos, como lo hacían las personas que estaban siendo ejecutadas en la horca. Finalmente, comprendieron lo aburrido que era el balance y el equilibrio en ese ying-yang de esparcimiento. Las niñas con un gesto pegaron un salto y huyeron a la caja de arena, donde se sentaron a escurrir el tiempo entre sus manos. Cuando la madre vio que la niña se mantendría ocupada, entretenida y a salvo, luego de haber aprendido unas cuantas lecciones, se dirigió hacia el bebedero que yacía blanco, gastado, y roído por los años pero intacto hacia un lado de los neumáticos. Se acercó cautelosa a él, y con un sacramental respeto probó el elixir del tiempo. La ambrosía de los pequeños. El refresco de la juventud. Dio un sorbo y otro más. Mojó su mejilla y la comisura de sus labios, hundiendo la cabeza en esa pileta hasta que el pelo se empapó al caer dentro de él. Se apartó. Se secó la boca con la manga de la polera, y se apartó. Se dio vuelta, y con la mirada llena de ilusiones abrió grandes los ojos intentando respirar saboreando ese entorno. Absorbió una vez más todo ese lugar por primera vez, otra vez. Se deslizó en delicados brincos algodonados hacia la calesita arrastrando la larga falda que le quedaba enorme, junto con esos inmensos zapatos con los que chancleteaba a su paso. Se sentó en el caballito gris que quedaba libre, dispuesta a comenzar su viaje. -Arre caballito –se le oyó decir. Un viaje de ida eterno tuvo lugar esa tarde. La primera de muchas. La última de todas. Centró todo su entusiasmo intentando obtener la sortija que la desposaría con otro viaje eterno. Una sincera sonrisa le invadía el rostro. Tan amplia como la de su madre que la observaba allí con la falda ceñida, el pelo recogido, y la polera blanca, impoluta, viendo que estuviera bien. Tan inmensa como su angustia. Y allí, subida a su carrusel, oyendo el organito gastado, la musiquita de todos los días, se pregunta porque intentar volver al pasado, si el pasado, no quiere volver.
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Armestt, Brujo Eterno de las Sombras de Alsius Et certe cuiusque rei potissima pars, principium est. [Gaius; Digestorum L. I; T. II; 1] |
09-27-2010, 02:59 AM | #749 |
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Disculpen, acabo de notar el post de Fede. Sí pasó mucho tiempo desde aquella última vez en la que abrí y mostré parte de mí a esta comunidad y, en especial, a ustedes, Cafeteros. Como dice acá arriba mi amigo Armestt, pasar por aquí trae cierta nostalgia así como también algo de vergüenza por sentir que este pequeño espacio se hizo con todos nosotros, tanto quienes dejaron sus obras como quienes las leyeron, hayan posteado o no, el Café ha sido refugio de unos cuantos, incluyéndome. Milena (Earwin) y yo creemos que debería volver a la vida este sitio que tanto hemos disfrutado, aunque también se perciba que ha perdido parte de su esencia. Con o sin nuevos posts, el Café es nuestro, sépanlo, y jamás morirá.
En cuanto a La Plaza, me gustó mucho. Tiene ese toque que Federico siempre ha logrado darle a sus escritos que resguardan su esencia entre las metáforas y vocablos complicados que -lo admito- más de una vez he tenido que recurrir al diccionario... Me da mucho gusto volver a leerlo. A él y a todos ustedes. Quisiera tantas cosas, tantas... Pero por lo pronto, quisiera que este lugar resurgiera de entre los threads olvidados del foro. Quizás estoy pidiendo mucho, pero soñar no cuesta nada, ¿no? "Y allí, subida a su carrusel, oyendo el organito gastado, la musiquita de todos los días, se preguntaba por qué intentar volver al pasado, si el pasado, no quiere volver." Saludos.-
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Inexperta al atake
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09-28-2010, 05:48 PM | #750 | |
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Quote:
Y no pienso quedarme atrás, voy a ver si tengo tiempo (esta semana se me hace MUY COMPLICADO, si les dijera que tengo tres trabajos prácticos por hacer, les miento, son más) para ponerme a escribir algo, aunque sea en el finde...
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Earwin Spellstrike - Prisioneros del Lag
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