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07-25-2015, 03:31 AM | #1 |
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[RELATO] Misión de reconocimiento
Saludos a todos.
Siempre me he dedicado a leer en el foro, dejando de lado todo impulso de comentar o sugerir cualquier cosa. En esta ocasión, mientras vagaba por Syrtis unas ganas de escribir un relato me impidieron seguir jugando y aquí vengo a compartirles el resultado. Disfrútenlo o no, eso lo deciden ustedes. ------------------------------------------------------------------------------------- El explorador recordó una vez más el verde prado bañado por el sol primaveral. Respirando hondo, Reish abrió los ojos, acto seguido gruñó por lo bajo mientras acercaba sus manos al fuego. Allí no se alzaba ningún sol, no había primavera que disfrutar, sólo estaba la triste hierba que parecía invadirlo todo en las tierras del eterno invierno. Apartó los huesos de conejo a un lado y observó cansado a sus dos compañeros. Argos, un tosco guerrero, mordía con avidez una chorreante pata de conejo asado, a su lado estaban apiladas dos hachas de un aspecto formidable. Y Frente a él, estaba Koil, un mago que sostenía con fuerza un largo pergamino entre sus manos, como si un rayo fuera a caerle encima si osaba hacer lo contrario. Poco a poco la irritación se hizo patente en el rostro de Argos, no toleraba ver la causa de todos sus últimos males, la razón de que estuviera congelándose como un perro. Limpiándose la grasa de los labios masculló: —Aparta esa cosa de mi vista, elfo. —Debe estar todo en orden para los altos mandos de Syrtis, ¿acaso quieres volver a congelarte aquí? —respondió Koil, con la característica soberbia que le había condenado a aquella incursión a Alsius. Era el escriba designado para la documentación de información y por tanto quien respondería ante cualquier error. —Yo mismo te lanzaré al mar si no haces lo que te digo. Otra pelea. Era una forma de liberar la tensión, pero también ofrecía una imagen lamentable de su situación: tres exploradores lejos de su patria, adentrándose cada día más en territorio enemigo. Y para variar comenzaban a gritar una vez más. Ser descubiertos no un lujo que podían permitirse, arriesgaba no sólo la misión, sino también sus propias vidas. —Silencio —dijo Reish por lo bajo—, si nos encuentran descansarán en el mar de todos modos. —Cállate tú, Reish. Soy un guerrero curtido en batalla, no una niña que se esconde en los árboles como tú. —Argos se levantó airado y lanzó los restos del asado a la fogata, con ese gesto quedó zanjada la disputa. Reish, suspirando, se levantó y abandonó el refugio de arbustos que con tanto cuidado había elegido. Koil, diciéndose que ya era suficiente, guardó el pergamino en un fino estuche de madera atado a su cuello, se aseguró de tener su báculo cerca y por último se arrebujó en su capa. El guerrero entretanto, alzó sus armas y salió tras el explorador. —¿Qué haces? —Preguntó Reish al verlo. —Voy contigo. —¿Quieres ayuda para encontrar algún árbol? Argos esbozó una leve sonrisa y siguió sus pasos. El campamento lo montaron en una zona poco frecuentada del bosque, como así lo evidenciaba la falta de surcos creados por animales de carga o algún viajero. Reish esperaba que así disminuyera la probabilidad de que alguien diera con ellos por casualidad y volteaba con nerviosismo varias veces para cerciorarse de que así era. Habían llegado demasiado lejos como para fallar por un simple error y la responsabilidad de ser el guía le carcomía los nervios a cada segundo. Caminaron por una cuesta natural hasta que ya no había más árboles a su paso, siempre procurando mantenerse alejado de los caminos que el constante tránsito formaba. En circunstancias normales podrían elegir enfrentarse o resguardarse, pero con las últimas tensiones entre ambos reinos sonaría la alarma por todos lados condenándolos sin remedio a una muerte segura. Continuaron subiendo con el monte siempre protegiendo uno de sus flancos y cruzaron el puente que unía el monte con lo que comenzaba a ser una gran montaña. Caminaron hasta llegar a un cruce de tres caminos, pero sólo uno les importaba: el que los llevaba ante un gran arco de piedra. Numerosos rumores corrían por Syrtis acerca de un posible ataque al reino por parte de las tropas Alsirias, pero los altos mandos estaban demasiado ocupados manteniendo el orden y la disciplina en sus propias zonas como para tomar la responsabilidad en desmentir o confirmar los rumores. Entonces a alguien se le ocurrió una sencilla solución que a su vez acababa con otros problemas: asignaron al problemático de un escuadrón de las tierras del norte, llamaron al elfo altivo que con demasiada frecuencia llamaba la atención de sus altos mandos y buscaron a cualquier cazador ocioso que supiera moverse por los bosques. El resultado era una pequeña escuadrilla de exploración. Sin dudas, tamaña responsabilidad había sido dado a un grupo mediocre, y los superiores de estos daban la impresión de no haber tomado precauciones en su supervivencia, pero el futuro militar de los tres syrtenses dependía de la información que colgaba del cuello de Koil. Fracasar no era una opción, sólo era aceptable si con ella venía la muerte. Ahora, atisbando a través del arco de piedra que atravesaba la montaña, vieron el destino final de su incursión. Ante sus ojos podían ver el inicio de la gran península de Alsius, con sus caminos nevados en plena primavera, dejando huella lo inhóspito de aquellas tierras. Más lejos todavía, hacia el norte, se alzaba el castillo Imperia. La irrefutable prueba de lo lejos que habían llegado, y de cuanto arriesgaban. —¿Cuántos? —Preguntó Argos apoyado en uno de los pilares. Giró la cabeza a un lado y escupió antes de agregar—: ¿Cuántos creen que sean? —De seguro muchos, el camino se ve tan transitado como los otros que vimos —Reish frunció el ceño mientras señalaba con ansiedad a un jinete que, más abajo, cabalgaba en dirección al castillo. Lo único que deseaba era dejar de sentirse como un extraño, un animal que en cualquier momento iba a ser acorralado. —Volveremos a la noche —Argos dio media vuelta y emprendió la marcha de vuelta al campamento. *** Amanecía, aunque no había rastro de luz en el cielo, sólo una pálida esfera se alzaba en el este como queriendo quitarse de encima el peso de las grises nubes. Gorb el Utghar, un humanoide semejante a un yeti, con una estatura superior a los humanos y un par de cuernos que decoraban su cabeza, se dirigía a las almenas del fuerte Aggersborg, uno de los tantos apostados en la frontera de Alsius con Syrtis durante la actual guerra. Le hervía la sangre cada vez que pensaba en los enemigos del reino, cada mañana se levantaba ansioso por derramar sangre syrtense o ignita, no importaba si eran soldados provenientes del sur o del este. Lo único que contaba era que sus espadas no volvieran a alzarse contra su gente. Desde su puesto, Gorb observó satisfecho a los nuevos reclutas que se entrenaban disparando flechas a dianas en el interior. Pronto estarían listos para incursiones dentro del reino y luego, en el del enemigo. Ellos serían, bajo su mando, quienes continuarían el legado de muchos alsirios que cayeron en batalla. En ese momento uno de los instructores les explicaba cómo hallar aberturas en las armaduras cuando en un impulso el Utghar deseó dar una mirada al bosque, se sentía satisfecho de sí mismo. Planeaba con entusiasmo la primera incursión de los novatos cuando un entrechocar de ramas llamó su atención: un conejo salía disparado en dirección al fuerte, no representaba peligro alguno pero no era lo único que había oculto en los árboles. Se inclinó para ver mejor y uno de los guardias lo imitó, vio una figura oculta tras un árbol. ¿Por qué se ocultaba, acaso planeaba robar suministros? Aguzó la vista y vio sus esfuerzos por mantenerse oculto. Ningún ladrón en sus trece intentaría semejante locura. Lo único que podía significar era… —¡Guardias! —Vociferó, la figura largó a correr, no cabían dudas— ¡Suenen la alarma! |
07-25-2015, 03:31 AM | #2 |
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*** Los syrtenses no pudieron maldecir más su suerte cuando a Koil se le ocurrió dar un vistazo al fuerte enemigo. Ya estaba comprobado, no quedaba ninguna duda al respecto: Alsius preparaba tropas para un ataque a Syrtis. El problema caía en que desconocían dónde y cuándo, por lo que era imperativo regresar cuanto antes con la información. Aun así, Koil quería más. Sus compañeros vieron con preocupación cómo, pese a sus negativas, el mago iba de árbol en árbol buscando una mejor posición. Reish volteó la cabeza, impaciente; no habían estado tan cerca de su hogar en días, horribles días que esperaba no repetir otra vez en una misión suicida como esa. Argos se agitó malhumorado, sin duda pensaban lo mismo. Koil al menos se mostraba cauteloso, no obstante, ignoró por completo a sus compañeros para centrar toda su atención en los soldados que esgrimían espadas en las afueras del fuerte. A pesar de la penosa confirmación, los ojos le brillaron con intensidad. Aquella información lo dejaría bien ante sus tercos superiores; no más trabajos de mensajero ni de guardias nocturnas, al fin lo tratarían con el respeto que se merecía. Estaba tan regocijado que no se percató de que estaba sobre una madriguera. Su pequeño morador lo hizo trastabillar para cruzar el prado y en un parpadeo un cuerno de guerra hizo oír su sombría canción. Eran demasiados como para enfrentarlos y les seguían el paso, sin embargo la seguridad de su tierra estaba al alcance de la mano. No divagaron, en cuanto sonó la alarma los tres echaron a correr hacia el puente. La rabia del irresponsable accionar de Koil les daba fuerzas para seguir adelante, la idea de hacerle pagar por ello constituía una nueva razón para vivir y acabar cuanto antes. Los blancos nudillos de Koil en torno al estuche revelaban su miedo. Dejaron atrás unos troncos vencidos por el tiempo y ante ellos apareció el puente de pinos este. La alegría fue general, iban a lograrlo después de todo, con fuerzas renovadas se animaron en silencio a continuar corriendo pues una vez atravesado el puente dejaban de ser unos forasteros en terreno enemigo, dejaban de ser una plaga que debía ser exterminada, volvían al lugar al que pertenecían. Sabían que los seguían de cerca, a sus espaldas se oían los frenéticos gritos en una lengua que desconocían y que no planeaban conocer. Argos maldijo el verse rebajado a huir de unos simples reclutas, pero no tenía oportunidad alguna ante semejante desventaja numérica. Tras recorrer unos metros distinguieron los leones alados que protegían como gárgolas las pilas del puente, estaban cada vez más cerca, Koil gritó de alegría sin soltar el bamboleante colgante de su cuello, a sus espaldas los gritos se volvieron estruendos de ira. Un poco más, ya estaban en el puente, Reish distinguió del otro lado unas figuras borrosas, aliados quizás, no tenían que preocuparse más: estaban salvados. La incertidumbre que se cernía sobre sus corazones se disipaba a medida que el sol se alzaba. Se acabaron las guardias en las noches glaciales, las noches de sueño insomne, las... Los tres se detuvieron en seco. El rostro de Koil se desfiguró en una mueca de ira mezclada con terror, Argos desenfundó sus hachas y las hizo entrechocar con un estruendo metálico al tiempo que bufaba como un toro. Los alsirios habían detenido la persecución tan sorprendidos como sus enemigos, pero una cosa marcaba la diferencia entre ambos bandos: mientras que los tres syrtenses temían con exasperación por su vida, una sonrisa fría se formaba en los labios del Utghar y de sus hombres. No eran sus hermanos syrtenses quienes se encontraban al otro lado del puente, no acabarían jamás con aquella maldita misión, ni siquiera podrían pisar una vez más la fresca hierba de su hogar. Ignitas, pero ¿cómo? ¿Por qué? se preguntaba Reish, qué hacían ellos ahí en el lugar de su gente. Espadas y lanzas apuntaban en su dirección. Era el fin, no podía creerlo, se negaban a creerlo. Con el corazón en la boca observó a sus compañeros y vio el terror en sus ojos, vio su propio terror reflejado en ellos. A sus espaldas, los arcos volvían a tensarse. Habían fallado, se habían fallado a sí mismos y también habían fallado a su reino. Reish no podía aguantarlo ni un segundo más, por un instante deseó que todo terminara. Se habían servido en bandeja, por lógica acabarían primero con los exploradores, luego, se matarían entre ellos. Argos, con la amarga hiel de la ira en los labios y el terror dueño de su rostro arremetió intentando abrir una brecha hacia su tierra. Koil, dejando escapar un grito escondió el estuche bajo su túnica, como si importara a aquellas alturas. Enristró su báculo con una furia ciega y siguió a su compañero. Mientras cargaba una flecha en su arco, el explorador recordó una vez más el verde prado bañado por el sol primaveral. Las cuerdas cedieron, las armas se encontraron, un relámpago bajó del cielo. ------------------------------------------------------------------------------------- "Lunes 20 de julio, Syrtis: devastado" (?) |
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alsius, cuento, ignis, relato, syrtis |
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