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La Taberna Un lugar para conversar sobre casi cualquier tema

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Old 09-27-2012, 02:37 PM   #1
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Buenos días, Regnum!

Creo que es como el tercer relato que comienzo. Uno de ellos quedó inconcluso porque me vi obligado a abandonar internet pero el otro no. Ahora quiero ofrecerles un nuevo relato, una especie de micronovela. No quiero adelantar nada en especial, solo aclarar que es las crónicas de vida de un alturian, un guerrero, que luchará por convertirse en leyenda, por alcanzar la gloria máxima. Este NO es un cuento de compañerismo, amistad y llanto. Ésta es una historia de dolor, de egoísmo, lucha y política. Me tomo el trabajo de hacer una micronovela para lectores insatisfechos en clave de seriedad y complejidad.

Atención. Por ahi no les convence mi manera de escribir, puede pasar, pero estoy seguro que el contenido les va a encantar.

No quiero hablar más. En instantes publico el prólogo y el primer capítulo.
Gracias!
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Old 09-27-2012, 02:46 PM   #2
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PROLOGO

Una historia de amor


Hay muchas maneras de definir el amor. Hay, ciertamente, quienes lo hallan en la música o que lo encuentran, ermitaño, en la soledad. Están quienes lo ven en sus esposas, hijos y madres, en sus hogares, sus corazones. Otros podrán encontrarlo, felices, en el arte o la herrería. El amor también es hallado en las tabernas, en una copla bien entonada o en el fondo de un tonel de coñac de Korsum. Existen quienes lo encuentran en la guerra, en el arrebatar la vida a otro hombre con violencia y coraje. Están esos que lo distinguen en el flamear de los estandartes de su reino, viviente por los atrevidos vientos del oeste. Hay campesinos que lo notan en el simple volar de un halcón, poetas que pueden palparlo en el fluir de un manso río o en el repiquetear de los primeros copos de nieve en las montañas del norte. Constan, por supuesto, esas que divulgan versiones rebuscadas del amor, que nacerá de la mezcla de aromas corporales y monedas de tierras cercanas. Algunos cientos lo hallarán en los libros, en la negra tinta que los compone o en el disipado recuerdo de esa tierra natal que no pudieron volver a ver.
Pero nada de eso es amor.
He vivido lo suficiente para saberlo con seguridad. El amor no es nada que puedas palpar, como el oro, las mujeres o las armas. El amor no es nada que puedas ver, ni puedas oír. Está muy lejos de los cuentos de taberna, de las canciones de los bardos o las historias de los libros. El amor sólo existe para quienes en verdad saben cómo es. A lo largo de mi vida he oído con equivocado beneplácito definiciones mentirosas del amor, que lo encerraban en un cálido beso, en una suave caricia, incluso en una pintura. Pero aprendí que el amor no es nada que se pueda alcanzar o conocer. El amor se obtiene, se gana, se forja. No existe, tampoco, amor entre dos, pues éste no se comparte, sino que se guarda celosamente. No es satisfacer tus propios deseos ignorando a los demás o anteponer tus cuestiones sobre la de los otros; es escalar sin cansancio a la cima del orgullo mismo. Ése es el principio absoluto del amor. Tal vez beber, querer o matar agranden el amor, pero, al fin, está encerrado en una sola cosa: el cumplimiento del deber.
El amor está en la gloria, en esa gloria que se obtiene cuando se hace lo que se debe hacer por sobre todas las cosas. La gloria es aquello que te da tranquilidad ante la falta de todo, es el respeto de los demás, su temor y su odio. Se puede vivir sin dinero, artes, matanza, mujeres, cerveza o paisajes, pero no sin gloria, sin amor. El amor engrandece al hombre, lo apodera y lo eleva. El amor es el tesoro más difícil de conseguir, pero el más satisfactorio. El amor trae sufrimiento, pena, culpa. El amor duele y cuesta.
Esta es mí historia, una historia de amor.
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Old 09-27-2012, 02:53 PM   #3
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Default Capítulo 1: "Una historia y un trago" (parte 1)

CAPÍTULO 1

Una historia y un trago


Otra vez era de noche. Leves ventiscas se colaban entre las ventanas de la sala sacudiendo suavemente las llamas de las velas, marcando el compás a las sombras y haciéndolas bailar alegremente sobre las paredes del lugar. Un par de sillas alrededor de una mesa redonda y un pequeño, gastado, chifonier era todo lo que había. El aire estaba cargado de pesados aromatizantes que apenas dejaban lugar al olor a comida recién preparada, que se colaba astutamente por debajo de la puerta.

Sentado en solitario, el viejo dueño de casa esperaba en silencio. Una disimulada joroba parecía atravesar su rotosa camisa que, en un intento del hombre de mantenerse erguido, daba la impresión de estar a punto de quebrajarse. Tenía las callosas manos sobre la mesa, en signo de paciencia. Era de aspecto frágil e imperturbable, lento y cuidadoso. Mantenía los ojos cerrados, dando la impresión de que haberse quedado dormido.

Pero aún desde el más intenso letargo sin sueño, el viejo se sorprendió. Desde la colina no solían escucharse cosas como la que oyó. Su casa estaba suficientemente alejada del pueblo, en distancia y altura, por lo que era extraño, incluso en noches de apagadas ventiscas, oír algo similar. Él estaba seguro de que no se trataba del viento, ni del lago, ni de Betsy, su vieja yegua. Este ruido superaba en extrañes a los demás, y aún así le resultó fácil reconocerlo. Hace ya un largo rato venía oyéndolo acercarse, pues lo hacía bajo inconscientes normas de un silencio ruidoso. Sumergido en sus pensamientos, pudo oír como dos simples ruedas se acercaban por el camino de tierra. Supuso que era un sulky, y bastante ligero de carga.

El lento paso del animal que jalaba del carro parecía un milagro en semejante mudez y casi se entristeció cuando se detuvo cerca de su casa. El constante murmullo se ocultó rápidamente, siguiéndole firmes pisadas que se acercaron a la entrada.

Luego, la puerta sonó y una joven voz se oyó del otro lado:

— Soy yo, Gerral. Ábreme.

No le costó reconocerla. Era la de Ferland, un joven guardia del pueblo. Por un momento se sorprendió de su visita, pero solo por un momento. «Cobranzas», afirmó para sus adentros, mientras echó un doloroso suspiró. Parecía que había sido ayer cuando vinieron a cobrarle la última estación, y aún no estaba preparado para afrontar el monto de esta.

El delgado anciano se mantuvo en su lugar. Permanecía con los ojos cerrados, esperando el momento preciso para abrirlos, como ahorrando cada segundo de vida que le fuera posible. Hizo caso omiso a los siguientes golpes en la puerta, que cada vez eran más fuertes, aunque sabía que era inútil resistirse. Estaba al corriente de que no tenía dinero para pagarles, tanto como de lo que le pasaría si volvía a evadir la tributación. Extrañamente, se mantuvo sentado.

— ¡Abre, viejo!

Él era un hombre de paz, por lo que esa clase de rudimentos no eran motivo suficiente para amargar una jornada. Además, no quería más problemas de los que ya tenía. Abrió lentamente la puerta y dejó que las penumbras de la noche intentaran, en vano, adentrarse en su vivienda. Hizo lo mismo con sus ojos, mientras miraba de pies a cabeza al guardia. Era bastante más alto que él, se paraba firme con los brazos a los costados y los puños apretados. Definitivamente era Ferland.

— ¿Por qué siempre tanto escándalo?— Preguntó tranquilamente el anciano con voz rasposa.

— Es mi trabajo, Gerral—respondió el joven, lanzando una mirada soberbia que extinguió lo que le quedaba de apacibilidad.

El guardia sacó un rollo de documento que guardaba en una pequeña faltriquera que tenía colgada del cinturón. Con precisión dotada por la costumbre, desató el lazo del pergamino y ágilmente lo desenrolló con los dedos. Echó un rápido vistazo, asintió para sí con la cabeza. Segundos después, se lo extendía al anciano diciendo:

— Tenga.

El viejo lo sujetó débilmente, y bajó la mirada para disimular su tristeza.

— Sabe qué significa, ¿cierto?

El anciano asintió.

— Lamentablemente sí.

— Lleva dos estaciones sin pagar—dijo Ferland en un tono más tranquilo esta vez.

— Lo sé, lo sé. Pero no logro juntar el dinero—respondió el viejo en voz baja—. Verá, las cosechas no dan frutos y…

El guardia negó con la cabeza, enmudeciendo a Gerral. Sabía que no le tendrían compasión como las últimas veces. En sus viajes al pueblo notó la humillación que sufrían aquellos guardias rebeldes. Estaba seguro que la suerte no correría para su lado esta vez. Fue por ello que no trató de convencer a Ferland para que lo perdonara. No esta vez. Tenía otra cosa en mente.

— ¿Entonces no tiene para pagar? ¿Ni siquiera para cubrir uno de los pagos anteriores?

— No. Lo siento, joven.

El cobrador volvió a sacudir la cabeza, pero esta vez fue él quien bajó la mirada e hizo una pequeña pausa. Luego miró al anciano a los ojos y aclaró:

— No, no lo sienta. Soy yo quien lo hace.

Ferland serenó el semblante y lanzó un largo suspiro. Ajustó su pequeña bolsa al cinturón e irguió la espalda. Luego, se reincorporó tranquilamente:

— Usted sabía que esto pasaría. No es el único, por cierto. Ya varias familias han pasado por esto este último período. En verdad lo siento.

Gerral se llevó una mano a la frente para acariciar lentamente su calva. Seguía con la mirada en el suelo y casi pareció que lloraba. El cobrador trató de evitar el gris semblante del anciano corriendo la mirada para un lado.

— Esto no es La Grulla, Gerral. Usted sabe que allí puedo permitirte que se aproveche del viejo Reer, jugando con sus problemas de memoria. Esto es la vida, es mi trabajo.

Gerral sonrió con apenamiento y levantó lentamente la mirada. Ambos se mantuvieron inmóviles por lo que les pareció una eternidad, esperando el momento el momento exacto para comenzar a hablar, pero siempre con miedo de hacerlo justo cuando el otro lo haga.

— ¿Sabes algo?— Preguntó al fin Ferland.

A Gerral solía molestarle que lo trataran de tu. Siempre imponía las formalidades en todo lo que hacía, así como la mantenía él con la esperanza de que los otros hicieran lo mismo. Pero esta vez era distinto. No estaba molesto.

— ¿Qué cosa, joven?— Preguntó el viejo.

— Me eligieron especialmente a mí para venir a cobrarte. El alguacil me envió en lugar de a otros tantos para hacerlo… debo admitir que empalidecí cuando me dio la nota. No quería hacerlo, pero no tenía otra opción.

El joven sonreía con avidez, en un inservible intento por animar a Gerral. En otras palabras, trataba de animar a un niño luego de haberle abofeteado y regañado. El viejo notó el cambio repentino en la actitud de Ferland, quien de repente parecía más amable, preocupado. Llegó siendo frío y diestro, pero pudo desenvolverse con tranquilidad para expresar su tristeza por el hecho.

— Parece cansado—afirmó Gerral luego de otro incómodo silencio. Su voz sonaba como una fresca cascada en el muerto desierto ignita.

— No solo parezco—señaló el guardia mientras lanzaba una risotada—, sino que estoy hecho añicos. Y al volver aún tendré que reportarme ante el alguacil.

— Le entiendo completamente, joven. Y, según las finas costumbres bajo las cuales me educaron, sería un pésimo gesto de mi parte no invitarle a comer.

Esta vez sus palabras hicieron eco en los oídos del guardia. Las sentía como una caricia, como el más sincero beso.
Debió haberse negado. Sabía que tenía estrictas órdenes de no demorarse más de la cuenta, y ser conciso con el tema, pero era simplemente una oferta irresistible. El olor a estofado hace ya bastante venía creando ilusiones de una proposición semejante. Por otro lado, había tenido un día terrible y no sería tan mala una caliente comida recién preparada, sin mencionar la compañía en la cena.

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Old 09-27-2012, 02:54 PM   #4
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Default Capítulo 1: "Una historia y un trago" (parte 2)

El joven se sorprendió de sí mismo con la velocidad que asintió a viva voz, y casi olvidó el hecho de haber entrado a la vivienda. El atento viejo le hizo una seña con la mano para que tomara asiento antes de adentrarse en la cocina.
En un intento de ignorar los asfixiantes sahumerios caseros, Ferland se adentró en su propia mente, como si buscara algo en particular. Le pilló desprevenido lo perverso que le pareció tener que darle tan mala noticia a un hombre tan agradable y se arrepintió el no haber charlado con él antes para darle una explicación, pues resultaba buena compañía. También creyó que debería estar muy cansado, pues casi no reparó en qué momento Gerral sirvió los platos de estofado, unas copas de vino y se sentó del otro lado de la mesa, mientras le contaba de sus largos viajes por Syrtis.

—…que es fácil cruzarlo, en absoluto—continuó el viejo sin reparar que su invitado no le prestaba atención—. No, no. Las historias son más que ciertas, aquellas voces te tientan constantemente. Es todo un reto hacerles oído sordo. Además, uno cree saber cuándo caerá en el encantamiento del canto, pero te coge desprevenido. Te deja sin salvación. Incluso gente mentalmente preparada sucumbe ante la arcaica… pues, nunca se está suficientemente preparado ¿no?

El joven guardia afirmó con torpeza, pues no tenía idea sobre qué le estaba hablando. Trató de mantener una mueca de interés que resultó ser más estúpida de lo que esperaba.

— ¿Acaso le aburro, joven?

Ferland, sorprendido por la perspicacia sorpresa de Gerral, casi enmudeció al oírlo. Sacudió rápidamente la cabeza y negó tartamudeante.

—No. En absoluto.

El anciano lanzó una carcajada, que lo hizo parecer bastante más joven que antes, como si los años no le hubieran pesado tanto en las arrugas.

Y fue así, entre risas, que transcurrió gran parte de la noche. Ferland ya había comido alrededor de cuatro platos de aquel estofado, que resultó estar delicioso, y se quedó escuchando toda la noche historias de todo tipo: cuentos de viajes, peleas, tristezas y amores perdidos, famosas leyendas de los dragones sagrados y el rey oscuro, su tenebroso actuar y sus astutas estratagemas. Trató de contenerse con la bebida, pero la bodega de Gerral resultó ser muy generosa. Bebió vinos que jamás creyó que existieran.

— Una historia y un trago—chisteó el viejo cuando ya servía la segunda tanda de coñac de Korsum.

El joven supo cuando detenerse, negándose cortésmente a otra copa que el anciano le ofreció durante las crónicas de su último viaje. Había bebido bastante y no quería llegar ebrio ante el alguacil. Por un momento creyó que Gerral estaba tratando de embriagarlo para evadir el impuesto, pero descartó esa idea cuando éste le pagó felizmente cuanto debía e insistió en que se llevara otro par de monedas en el saquillo para gastos personales. Aquel actuar ahogó las rebuscadas justificaciones que Gerral claramente inventó al tratar cobrarle la primera vez, a fin de evadirlo. Al parecer su actuar al fin logró aflojarle los bolsillos al viejo. En conclusión, no solo había comido excelentemente y degustado extravagantes bebidas extranjeras, sino que entabló amistad con Gerral logrando, así, alcanzar con excelencia su objetivo. El alguacil estaría sorprendido, quizá tanto de cómo lo estaba él de sí mismo.

Comida la comida y bebida la bebida, Ferland por fin se dispuso a marcharse. Curiosamente, Gerral, aquel anciano en tan mal estado físico, se encontraba de primera. Lo notó cuando, riendo, pegó un brinco y se paró de la silla para descorchar un vino de quién sabe dónde. Le invitó a quedarse un tiempo más pero, aunque suponía una buena idea, el joven guardia supo cuando decir basta.

Aquella comida había transcurrido rápido, dejándole picando en la cabeza la famosa frase que canta que lo bueno dura poco, pues no negaba que aquella noche la había pasado de maravillas.

— ¿Cuánto tiempo es desde aquí hasta la aldea, Ferland?— Preguntó el viejo, sorprendiéndolo al llamarlo por su nombre.

— Me tomó una rato corto llegar. Supongo que en bajada será un poco menos.

Luego se dio la vuelta para subir al sulky. Sujetó las riendas del caballo y volvió a mirar al viejo, que permanecía perturbadoramente quieto.

— Gracias por todo, Gerral. Ésta, otra noche por recordar.

El anciano lo saludó con la copa y esbozó una amplia sonrisa. Estaba contento de haberse librado de los impuestos, por un tiempo al menos. Pero se mantuvo pensativo, por lo que se calló mientras Ferland descendía por la colina en dirección a la aldea de Ilreah. Lo siguió con la vista hasta que este hubo desaparecido en la oscuridad. Sabía que en una noche de luna podría haberlo visto llegar al menos hasta el Pilón, pero el cielo estaba cubierto y la oscuridad estaba espesa como la niebla. La luna no existía, ya que el gigante manto nublo cubría su resplandeciente cara, dejando no más que una tenue luz tras una sombría manta.

Al ver de Ferland, el camino fue eterno. El viaje en bajada de la colina que presumió duraría un poco menos, pareció persistir toda una larga jornada. Estaba extremadamente cansado y sentía un fuerte dolor en el vientre. Se lamentaba haber comido tanto estofado, pero no negaba que había estado excelente. Tanteaba su paladar con la lengua en busca de un recuerdo de aquel majestuoso sabor, pero solo se encontraba con uno extraño, aunque bastante familiar. La misteriosa receta del sabor conocido, seguramente lograda por la mezcla de la comida y la infinita gama de tragos exóticos.

El sendero estaba oscuro y la noche fría. Fue un viaje claramente incómodo, perturbador. Podría haber ido cantando, pero estaba en silencio, tratando de ignorar el miedo que le hacía clara compañía. Su rostro se iluminó cuando divisó la aldea a la distancia. Hacía poco que la noche había acabado, por lo que el sol ya se aproximaba por el horizonte, tiñendo todo de sangre e, irónicamente, de la paz de un nuevo día.

Pero la armonía cayó silenciada cuando se desesperó: llegaba demasiado tarde. Se bajó del sulky en la entrada de su hogar, corriendo lo más rápido que su uniforme de lino le permitió hasta la entrada de la Prefectura. Se dirigió al interior sin titubear ni saludar a Terendil, que hacía guardia en la entrada.

— Llegas… ¿un septenario tarde?—bromeó Sulan, quien atendía el mostrador durante la noche.

— Lo siento, Sul, en serio—respondió apurado el joven guardia— ¿Sabes si todavía está el Alguacil?

La dama echó una carcajada y se acomodó el dorado cabello.

— ¿En serio crees que Exor te esperaría toda la noche?

Ferland suspiró y no tardó en darse cuenta la clase de pregunta que había formulado. Luego se secó la transpiración de la frente con la mano. Un fuerte cansancio lo alcanzó, haciéndolo toser gravemente.

— ¿Te encuentras bien?— Preguntó preocupada Sulan.

— Eso creo…—manifestó él, a la vez que cambiaba rápidamente de tema—. Dime, ¿cuánto esperó luego de que yo me fuera?

— ¿Esperar? ¿En serio piensas que Exor perdería siquiera un minuto de sueño por ti, o cualquiera de nosotros?— Lanzó un fuerte y corto soplido por la nariz—. Se fue en cuanto cruzaste por esa puerta.

Ferland aflojó las piernas y soltó un suspiro de alivio. El Alguacil jamás sabría de su demora, lo que lo salvaba. Tosió nuevamente tratando torpemente de evitarlo llevándose una mano a la garganta. Estaba helado; sudaba como un cerdo.

— Dime, Sul—agregó después de recomponerse—, ¿dijo algo del dinero?

— Sí, que se lo dejaras en el cajón más alto. —La joven frunció levemente el ceño al ver el aspecto deplorable de su amigo y volvió a preocuparse—. ¿Seguro que estás bien, Ferland? Te ves muy mal.

— No me siento muy bien. Digamos que me pasé un poco de copas anoche.

— ¿Durante tu turno? No inventes.

Ferland rió y un dolor atravesó su garganta. Luego se dirigió, sin pensarlo dos veces, al despacho de Exor, donde dejó la bolsa de monedas y se retiró al instante. Saludo al pasar a Sulan, agradeciéndole su tan grata compañía con una sencilla mueca que de seguro ella entendería.

— ¿Tan mal me veo que la gente me ignora como si fuera un perro ignita?— Preguntó en tono bromista Terendil, al ver que su compañero pasaba nuevamente a su lado sin saludarlo.

Ferland se sentía pésimo. Estaba decaído, con un fuerte dolor de garganta, pero aún así el comentario le arrancó una sonrisa. Luego, siempre dispuesto a responder con alegría a la alegría, giró sobre sus talones y citó una célebre frase de «La vida después de mí».

— Sí, pues si no llevarás las túnicas creería que eres perro hediondo.

Terendil lanzó una fuerte carcajada, parándose con brusquedad para abrazar a su compañero.

— Mi amigo Ferland. Siempre tan veloz, como la flecha de Querrol.

— Trato de seguirte el juego—respondió, casi ignorando su sonrisa.

— ¿Cuánto hace que no nos coinciden los turnos, eh? Mala jugarreta de Exor, por cierto.

Otro haz de dolor apareció en la garganta del joven guardia, quién hizo un doloroso gesto para reprimir un tosido. Se limitó a responder.

— Jamás le agradaste.

— Lo dices solo porque estas de herradura en su pata de yegua pinta.

Ambos rieron como solían hacerlo y Ferland notó algo a lo que había hecho caso omiso los últimos tiempos. Un importante detalle de su amigo, quien soltaba una fuerte risa y extendía con fuerza la boca a los costados cada vez que bromeaba alguno de los dos. Aquello lo hacía extremadamente amistoso para pocos, y considerablemente molesto para muchos.

Aceleró el paso hasta su casa. Se sentía enfermo. Un agudo dolor de garganta le apremiaba, pues la evidente enfermedad ya había empezado a encubar en su cuerpo. Evitaba pensar en que la Peste lo había alcanzado, pero era una idea que no podía descartar…




Todos los ojos estaban concentrados. Las decenas de personas sentadas en el largo mesón atendían con extrema curiosidad. Si bien eran todos adultos, ante la cerveza y las historias se veían convertidos en pequeños e indefensos niños entusiasmados.

—…pero era un idea que no podía descartar—concluyó Gromm dejando en suspenso el momento.

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Default Capítulo 1: "Una historia y un trago" (parte 3)

Sonrió levemente al ver las caras de sus oyentes. Todos permanecían en silencio, atentos, esperando con ansias el resto del cuento. Lentamente dio un trago de su jarra, inspirando sus siguientes palabras en la quietud del bar. Secó su fino bigote con la manga y continuó:

— La puerta de roble estaba cerrada, tal como la había dejado al partir. Pero lo que él no sabía era que Ellos pueden escabullirse entre el cerrojo, si así lo desean. Si bien todos aquí sabemos que el vínculo con Su Nombre los dota de habilidades extrañas, muchos pueblerinos no. Y, como es de esperarse, Ferland tampoco lo sabía.

En aquel momento Gromm notó que el tabernero también se había sumado al relato. Descansaba un momento del trabajo con los codos apoyados en la barra. Aunque el viejo siempre se quejaba de aquellos que atrapaban a sus clientes con cuentos, no dejándolos beber tanto como deberían, no le pasaba eso con aquel viejo cuentacuentos de bigote primoroso. Al contrario, le encantaba cada vez que pasaba por la ciudad para visitar su taberna, puesto que sus historias narraban de vivencias y héroes con el realismo de ningún otro bardo.

— Ahora presten mucha atención, mis queridísimos amigos, porque voy a interpretar en mi bandurria su encuentro con…―creó un nuevo suspenso― Su Nombre―…que terminó en gritos ahogados.

Risas nerviosas nacieron, tal como Gromm había esperado. De mismo modo, pasado unos momentos de silencio, comenzaron los susurros. Percibía con sus oídos la pieza clásica de los gemidos del público, una pieza repetitiva, maravillosa, predecible pero siempre sorprendente. El joven elfo disfrutó de la tensión del ambiente mientras se inclinaba para sacar su instrumento del estuche. Se sentó bien en su silla, bebió el último trago que le quedaba en la jarra e hizo unos últimos ajustes antes de comenzar.

Unos sencillos y armoniosos acordes nacieron de su bandurria con la suavidad con la que una madre acaricia a su hijo. Cerró sus ojos para mecer lentamente la cabeza ante tal belleza que emanaban sus dedos. Todo un ambiente creado tan solo por el sonar de unas cuerdas.

— La puerta rechinó hasta chocar con la pared—reinició el relato acompañado de su música, golpeando con fuerza la madera del piso—. La casa estaba oscura. Su malestar no le jugó a favor, en absoluto. El pobre de Ferland caminó tambaleante hasta la sala donde dejó su abrigo. Luego se dirigió hasta la puerta de su habitación dispuesto a descansar, pero algo le heló la sangre.

Gromm cambió bruscamente de voz. Pasó de un agudo natural casi molesto a un grave tosco y tenebroso.

— “¿No es temprano para irse a dormir?”. El joven giró rápidamente sobre sus talones, víctima del miedo, para ver lo que jamás imaginó.

Y fue allí cuando comenzó la verdadera interpretación musical. Sus cuerdas contaron del fallido intento de huída. Narraron el estruendo, la sangre… Aquellas majestuosas notas trasmitieron el miedo, el dolor. Ferland había caído víctima del mayor de sus miedos, sucumbido ante la misma Bestia, y el bardo contaba todo con su bandurria; ostentado, merecido, renombre. Toda la taberna estaba pendiente de la historia, encantada por la magia de su concierto.

Pero era en una pequeña y lejana mesa donde alguien hacía oído sordo a tal solemne obra. El hombre iba encapuchado y ya llevaba un largo rato con la misma jarra. Tenía la mirada perdida en la inexistente infinidad de la mesa, sus pensamientos, quién sabe dónde. Se mantuvo en su lugar lo que duró la interpretación, sin siquiera moverse. Hacía bastante que se había quedado sin cerveza, pero no se inmutó en pedir otra. La taberna La Cerveza Latosa de momento rebosó de aplausos y gritos de alegría. No le hizo falta girar la cabeza para saber que el bardo estaría parado sobre la mesa, reverenciando humildemente a sus oyentes. Ahora todos le invitarían un trago e insistirían en oír algo más, pero este se negaría dejando a su público comentando de su apasionante historia el resto de la noche y quizá del ciclo entero. No es que no apreciara el arte de los bardos, al contrario, incluso había llegado a estar tan engatusado por sus cuentos como el más simplón campesino de allí, pero aquella noche simplemente no estaba de humor para la música o los cuentacuentos.

— ¿Algo le aflige, compañero?— Preguntó una aguda voz que tomó asiento frente a él, una vez que las alabanzas quedaron convertidas en silencio.

El viejo elfo de bigote trató de ver a la cara al encapuchado, a la vez que dejaba su estuche a un lado de la silla.

— Asuntos personales. Nada que le incumba—respondió con grave voz el solitario de la mesa.

— Yo estaba siendo simplemente cortés, mi amigo. Es que lo vi aquí sentado en solitario… Dígame, ¿disfrutó «El Perdiguero de Hombres»? Admito que fui muy breve, pero me extrañaría que no le haya gustado. Muy pocos no saben apreciar la belleza de lo clásico.

— Oí tu interpretación, bardo, y, aunque fue atrapante tu modo de contarla, no es la mejor que he oído—agregó cortante el recóndito hombre. No estaba interesado en lo que dijera aquel parlanchín sujeto, ya que deseaba con ansias que se retirara para dejarlo solo.

— Yo no soy quién para hablar de gustos, mi buen amigo. Simplemente estaba preguntando, con la misma humildad con la que ofrezco mis interpretaciones.

— No quiero ser descortés, pero me temo que molestas.

Gromm levantó una ceja y recogió su jarra de la mesa. Se hizo con su bandurria, dispuesto a marcharse de allí.

— Pero es que ya lo ha sido, señor—respondió el bardo, esperando, mientras se alejaba, una disculpa que no llegó.

El encapuchado quedó nuevamente en paz. Necesitaba de la tranquilidad. Aún sostenía con fuerza la jarra vacía, mientras que su otra mano estaba perdida en una de sus mangas de oscuro lienzo. Trató de permanecer calmo, pues la ira en su interior era un volcán en alerta. Era incomprendido y acusado erróneamente, dos casos en los que cualquiera pierde los estribos.

— ¿Se va a servir más?—preguntó el tabernero, que se había posicionado confianzudamente a su lado.

El hombre cerró fuertemente la mano bajo la mesa y apretó los dientes con tal fuerza que los hizo rechinar. Se mantuvo callado, con la esperanza de que lo dejara solo. En ese momento parecía como si esas interrupciones a su paz fuesen eternas, y que el descanso de la compañía humana, un eterno tormento. La sala continuaba llena de risas, festejos, por la pieza clásica que aún hacía ecos en los rincones. Imitaciones de segunda mano, brindis con cerveza tibia. Todo el ambiente parecía conspirar contra su buen ánimo. El lugar era desagradable; la gente apestaba a campos y el techo a broza mojada.

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Default Capítulo 1: "Una historia y un trago" (parte 4)

— La taberna está abarrotada y necesito las mesas. En caso de que no quiera servirse más, tendrá que retirarse—concluyó el propietario.

Un suspiro se coló por debajo de la capucha, logrando canalizar gran parte de la rabia que aumentaba.

— No me moleste.

El tabernero dibujó un gesto de disgusto y se retiró velozmente de allí. «Como si fuera a buscar un arma», pensó el recóndito hombre, mientras era dejado nuevamente a solas. Y así transcurrió un rato en un ambiente claramente destemplado. De a poco fue calmándose, llagando incluso a pensar en pedir otra cerveza. Pero la paz no llega al cuerpo del agonizante hasta que su entorno desaparece por completo.

— O te levantas, vagabundo, o te lanzó a la calle.

Un desagradable alturian gordo había arribado a su mesa, justo delante del tabernero, que se escondía a espaldas de su bestia vestida de cocinero. No solo viciaba el aire con su olor a pescado, sino que su aspecto era patético. Un delantal del tamaño de un niño, todo lleno de tripas y sangre de res, unas botas desgarradas a los costados y un gorro echado para atrás acompañaban a su desarreglada barba empapada en cerveza. «Su arma», pensó el encapuchado. Y fue allí cuando hizo erupción.

Se paró velozmente de su silla, agarrando del cuello al desagradable gordo que le había hecho frente. Pero lo hizo con tal violencia que su silla calló hacia atrás, rompiendo la alegría como un cristal, dejando la sala hundida en un críptico silencio. Su inmensa y robliza mano hacía quedar cogote del cocinero tan fino como un vaso. Se lo estrujó hasta mostrarles a todos el sucio cerdo que era, después lo lanzó hacia atrás. Rápidamente, el tabernero sujetó a su amigo que luchaba desesperadamente en el suelo por recuperar el aire.

En lo que fue menos que un instante, gran parte de los clientes se pararon en defensa del caído. Rodearon al encapuchado, quien permanecía tenebrosamente inmóvil. Algunos solo insultaban, pero otros estaban armados de pequeños filos, aunque ninguno dispuesto a tomar la iniciativa. Cuando se vio cercado por infelices campesinos alturian ebrios, volvió a su mente aquello que tanto enojo le trajo. Resueltamente llevó la mano a sus túnicas y un brillo apareció. Iluminada por la tenue luz de los candelabros del lugar, una bella extensión de acero nació de entre las oscuras telas. Una espada con la belleza que ninguno de los allí presentes había visto antes, blandida con la sutileza de un verdadero caballero. La extendía en su mano, haciéndola parecer liviana como una pluma, apuntando a todos, a nadie. Todos cayeron presas del temor, no por el arma sino por la fiereza del hombre que la portaba. Tenía los ojos perdidos en la oscuridad de la capucha, dando la sensación de tener cada movimiento previsto. Estaba preparado para cualquier cosa.

Casi al instante, todos se apartaron dejando de lado sus armas. Miedo en la oscuridad, tensión en sus corazones.

— ¡Fuera de aquí, vagabundo! Nadie quiere que traigas tus problemas—agregó alguien entre la multitud.

— ¡Sí! ¡Fuera! —Gritaron otros.

Los griteríos en la muchedumbre se encendieron como un montón de heno seco. Vociferaban insultos pues no podían hacer más. El encapuchado permaneció con su espada en la mano y se dirigió a la puerta, convencido de que ninguno allí tendría la valentía suficiente como para acometer contra su espalda. Gritaban, pero estaban aterrados, como gallinas encerradas con un zorro de monte. Se detuvo un momento en la mesa donde estaba sentado para dejar unas monedas sobre ella. Se inclinó, levantó su silla del suelo, luego giró la cabeza para mirar al gordo, que aún seguía en el suelo, y salió a la calle.

Todavía seguía lloviendo por lo que las calles estaban hechas un lodazal. La parte baja de la ciudad de Dohsim era áspera a su gusto. Casas de adobe, techos de paja y ropas de arpillera dondequiera que fijara la vista. Enfundó su espada con precisión antes de acomodarse la túnica para echar a caminar por el barro. Si bien viajaba con la mirada en alto intentaba no toparla con la pobreza que lo rodeaba, no porque le disgustara, sino porque le traía recuerdos que prefería dejar en el olvido.

Caminó durante un largo rato bajo un cielo sin estrellas ni luna. Trataba de no pensar, de mantener su mente en otro lado, pero en la soledad solo el pensamiento hace compañía. A su mente venían imágenes, canciones, gritos, dolor, sangre. Sacudía la cabeza cada vez que algún doloroso recuerdo alcanzaba su ser, como si de esa manera los extrajera de su mente. Desvió entonces sus ideas a la taberna. No le guardaba rencor a ninguno allí, salvo al desagradable cocinero. Tenían motivos para estar alterados, y él los comprendía, aunque ellos no pudiesen siquiera imaginar qué lo traía tan mal a él.

Caminaba pensativo, en tranquilidad, ajeno a su entorno, hasta que su instinto le habló. Venían siguiéndolo. Primero quiso creer que era coincidencia, que aquel hombre a lo lejos simplemente era otro infeliz bajo la lluvia. Dobló en algunas esquinas para comprobarlo y, cuando no quedaba otra respuesta, se limitó a hacer para lo que lo habían entrenado: actuar. El extraño aceleraba si él lo hacía, doblaba si él lo hacía. En una de sus fugaces miradas, el encapuchado notó que su perseguidor llevaba algo en la espalda, como una vaina de gran tamaño. Decidido, dobló velozmente en el callejón de una vieja posada. Y allí esperó. Aguardó menos de lo que pensó, puesto que el sujeto entró corriendo a la calleja, para que se cambien repentinamente los roles. El encapuchado se movió a la velocidad de un rayo. Salió de su escondite detrás de unas cajas, tomando por sorpresa a su perseguidor y dejándolo, literalmente, entre la espada y la pared.

— ¡Tranquilo, compañero! Solo quiero hablar—gritó el elfo con voz aterrada.

En ese instante reconoció el bigote del cuentacuentos, sintiéndose humillado al notar que era su instrumento lo que colgaba a espaldas del pequeño hombre. Bajó su espada y dio un paso para atrás.

— ¿Qué quieres?— Preguntó con un fuerte tono de voz, que cortó el llanto de la lluvia.

— Sé quién eres, encapotado.

De haber podido ver su cara, Gromm habría notado que estaba furioso. Si bien había enfundado, tenía la mano aún en la empuñadura. Un relámpago intentó dejar a la vista su cara, pero solo alcanzó a iluminar los dientes que con tanta fuerza apretaba.

— No tienes idea de quién soy. Así que vete, antes de que me arrepienta de no haberte lastimado—respondió.

El bardo dibujó una amplia sonrisa, mientras que se inclinaba para proteger el estuche de su bandurria del agua.

— Sí que lo sé, Capitán.

En ese momento el encapuchado frunció el ceño, estando a punto de atacarlo. Lo habría herido de no haber sido por lo que Gromm dijo luego.

— Así es, lo conozco. Y le tengo noticias de la corte.

— Habla—ordenó la grave voz bajo la capucha.

Una risa se escapó entre los tiritantes dientes del empapado bardo.

— Está bien. Pero entremos a la posada, aquí afuera está muy mojado para mi gusto.

Próxima entrega: "Órdenes"
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Last edited by Celerian; 09-28-2012 at 12:44 AM.
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Old 09-27-2012, 04:46 PM   #7
Tuor
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Tuor will become famous soon enoughTuor will become famous soon enough
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Muy muy bueno. Atrapante
Te recomendaría que si podés separes un poco los párrafos. Algunas personas se desaniman al ver tremendo wall-of-text
Seguí dale, espero el próximo cap ^^

PD: Vamos loco que resurgen los relatos! =D
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Tuor
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Old 09-27-2012, 07:25 PM   #8
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Originally Posted by Tuor View Post
Algunas personas se desaniman al ver tremendo wall-of-text
Ajajajaja si lo pensé! Pasa que se me hizo tanto lío con el límite de caracteres que lo dejé de lado. Lo voy a tener en re cuenta! Gracias man
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Old 09-27-2012, 09:54 PM   #9
Gorgh
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Tenes muchas repeticiones, y verbos en presente y pasado mezclados.
Acentos
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Old 09-27-2012, 10:54 PM   #10
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Me gusto mucho, pero para mi mente inferior es algo complicado leer un cuento con final trunco (a mi parecer) y la historia del enfermo, o me perdí o no la terminste

Sigue
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