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Old 08-08-2010, 12:15 PM   #1
EstrellaSolitaria
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Default Relatos de una Estrella Solitaria: El Rey sin corona.

El Rey sin corona

Dos semanas sin ver la luz natural. Aquél dungueon parecía no tener salida. Un único sueño: volver a sentir la brisa marina.

Vino al recuerdo las brumas del islote hogareño, el olor a mar, la arena en los pies, las caracolas que ornamentaban a modo de collares o pulseras infinitas. El tono dorado en la piel salada brillaba en aquel bello ocaso. Hasta las tormentas tropicales las echaba de menos…

De nuevo, al entrar en sí, había oscuridad, pero aquellos tristes ojos ya estaban acostumbrados. El molesto goteo proveniente de alguna grieta hasta la superficie no cesaba de hacer notoria su melodía repetitiva. Hacía frío, demasiado. Los ropajes no se secaban nunca y cómo dolían las plantas de los pies cansados.

El alimento obligado y repugnante cual excremento de rata parecía mas sabroso. Pero lo que realmente alimentaba a aquella alma solitaria no era otra cosa que la fuerza de su honor, su gloria, su padre: Rey de aquella arena cálida, sus palacios no eran otros que una pequeña embarcación con algún que otro arreglo. La miseria les había corroído pero eso no le quitaba ser el rey para un primogénito orgulloso de quién le dio la vida hacía unos años.

“Cuántas veces debí apreciar lo que realmente amaba, y no lo hice” pensaba su mente perturbada fruto del cansancio y la derrota, “Volvería a la pesca, ¡juro que no rechazaría de nuevo el abrazo de mi padre!” rompía a llorar “Padre…” se derrumba. “… […] … padre…”.

[…]

Dos meses antes:

- Amanece la mar en calma. Voy preparando el bote y partimos antes de que el sol acaricie el horizonte.
- Prefiero partir hacia la ciudad. ¡¿No ves, padre, que esto quiebra mi futuro?!
- Hijo. – con templanza, decía aquel hombre orgullosos de sus pobres pertenencias – Éste fue mi futuro, es el tuyo.
- ¡No! ¡No quiero envejecer como tu!
- Hijo…
- ¡No! ¡¿No lo entiendes?! ¡¿Verdad?!
- Éste es mi palacio…
- ¡Ya no soy el niño a quién le contabas esas fantochadas! ¡No eres el rey de esta mierda de isla! ¡No soy el príncipe!

El viejo marino bajaba su mirada con el alma desprendiéndose de su pecho. Una vez mas un intento de volver a mirar con el orgullo de siempre a su pequeña embarcación, herencia de su padre, y allí no estaba su hijo.

- Me marcho, padre. No quiero seguir perdiendo el tiempo. – añadía mientras recogía la bolsa que ya preparó la noche anterior para partir hacia la ciudad.

Como suena una botella al impactar contra las fornidas rocas, como rompen las olas o como ruge el cielo en la mas dura de las tormentas… así, con ese mismo sonido se desquebrajaba el suspiro de aquel viejo lobo de mar que veía como su único hijo marchaba sin tan siquiera haberle aceptado el abrazo que tanto anhelaba darle en aquel momento.

Había fracasado como padre, no supo seguir los pasos del suyo. Vergüenza de no haber engordado aquel imperio, aunque se tratara de ruinas, pobreza, falta de facilidades, para aquél hombre era todo un reino.

Ya dejó de ser el rey que en algún momento, el hijo que se marchaba en ese instante, admiró, como él lo hizo con su padre.

[…]

Dos meses después:

La ciudad le trajo engaños, momentos duros, pesadillas, pobreza. Y no la que había vivido junto al padre que abandonó, entonces admitió que no le faltaba alimento, compaña, una cama aunque de un montón de viejos almohadones se tratase, pero tenía un techo donde cobijarse.

Vagó durante semanas hasta encontrarse con una cueva. Merecía ser ermitaño. Merecía vivir en soledad. O eso era lo que su alma le dictaba entre pesadillas nocturnas.

Dos semanas sin ver la luz natural “… padre…” Y se desvaneció.

El rey del pequeño islote amaneció, como de costumbre, sentado en su hamaca con pipa en mano. Recogió lo necesario para salir esa mañana de pesca, como de costumbre. El mar se avecinaba en calma y recogería buen alimento.

Horas mas tarde recogía las riendas para partir de nuevo hacia la orilla. Entonces fue ahí cuando un suspiro proveniente de algún lugar impactaba contra sus oídos: … padre…

El viejo lobo de mar agarraba su pecho firme y fijaba su mirada hacia el horizonte infinito. Quedo se así unos largos minutos para rendir silencio por la muerte de su único hijo.

Entonces dio se cuenta de que era: El Rey sin corona.
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